Prologo de Blood Trinity (1º Libro saga Belador)
miércoles, marzo 07, 2012¿O romper mi juramento y morir?
Evalle Kincaid se había enfrentado a la muerte más de una vez en los últimos cinco años, pero nunca con estas probabilidades. Si tenía un uno por ciento, sería un milagro.
Un olor cítrico le quemaba los pulmones, lo que confirmaba que la magia de los Medb recubría las paredes de piedra, el techo alto y el suelo de tierra de su prisión subterránea. Era el hedor de sus peores enemigos.
Todavía no podía creer que uno de los suyos, un Belador, la hubiera traicionado.
No sólo a ella.
Enojada por la traición y por ser conducida con engaños para caer en la trampa le corroyó las entrañas. Pero lo apartó, sabiendo que no haría otra cosa que debilitarla aún más. Y ahora mismo, necesitaba compostura y todos los sentidos.
Echando un vistazo con cuidado por debajo de las pestañas bajadas para que nadie supiera que estaba despierta, ojeó a los otros dos cautivos ‑varones Beladors‑ también sujetos en pie por restricciones invisibles.
Un humano estaría ciego en este agujero oscuro, pero su visión mejoraba en la oscuridad total. La visión natural nocturna le permitía ver en un rango de monocromáticos azules grisáceos. Una rara gratificación para ser una Alterant, una mestiza Belador, a diferencia de esos dos pura sangres con sus espaldas contra la reluciente pared de piedra rojo anaranjada.
¿Esos hombres se conocían?
¿De verdad le importaba? Eran o aliados o enemigos. Y hasta que supiera más de ellos, definitivamente eran enemigos.
Parecidos en altura y tamaño, eran tan diferentes como la noche y el día en el color de piel y forma de vestir. Uno llevando nada más que vaqueros, estaba consciente cuando ella había recuperado el sentido hacía veinte minutos. Completamente inmóvil, no había hecho ni un ruido excepto algo similar a una serpiente esperando una oportunidad de golpear. Con los brazos estirados y las piernas abiertas, su mirada ahora viraba lateralmente en un sutil movimiento.
El tipo rubio de su izquierda luchaba por recuperar la lucidez.
Estar aprisionada con dos Beladors normalmente le daría esperanzas para escapar debido a la capacidad para vincularse entre sí y combinar los poderes. Cuando eso sucedía, los Beladors luchando juntos eran una fuerza que sólo el escalón superior de criaturas sobrenaturales podría alcanzar. Estaban malditamente cerca de ser invencibles.
Pero vincularse requería una confianza incuestionable. Y ahora mismo, no podría ofrecer la confianza tan fácilmente. No después de que una llamada telepática de socorro de un Belador la hubiera atraído a este agujero ‑a manos de los brujos Medb. Su raza llevaba luchando contra este montón de animales durante dos mil años.
Irrítame una vez, ¡qué vergüenza! Irrítame dos veces…
Muere con dolor.
Aun así, ¿podía negarse a ayudar a estos dos guerreros ‑miembros de su raza‑ si había una posibilidad de salvarlos? Los Beladors eran una raza secreta del pueblo celta vinculados por una genética poderosa y que viven en todas partes del mundo. Sólo conocía a unos pocos.
No a estos dos.
Pero todos los miembros de la raza habían jurado defender un código de honor, proteger a los inocentes y a cualquier otro Belador que necesitara ayuda.
Si un guerrero rompía ese voto, cada miembro de la familia se enfrentaba a la misma pena que el guerrero, incluso a la pena de muerte.
Evalle no tenía a nadie que se viera afectado por sus decisiones. La única persona que había tenido era una tía que había muerto y a la cual Evalle no lloraba. No después de lo que esa mujer le había hecho.
Pero incluso sin tener a nadie por quien preocuparse había mantenido su juramento desde el día que cumplió los dieciocho. No porque tuviera que hacerlo, sino porque quería. Y ‑hasta ahora‑ había apoyado siempre a su pueblo, sin dudar.
Si tan sólo supiera en qué equipo estaban jugando esos dos. ¿En el de ella o en el de los Medb?
Tenía sólo una oportunidad para responder a esa pregunta correctamente.
Vivir o morir.
¿Alguna otra nueva noticia?
—¿Alguien sabe quien llamó para esta pequeña y agradable reunión? —gruñó el hombre rubio con una refinada voz que nacía de la genética mejorada y con un toque de influencia británica.
El sonido se correspondía a los ángulos urbanos de su rostro europeo, que podría ser eslovaco o ruso. Enderezó los hombros como si eso fuera a alisar las arrugas en su demasiado caro traje, obviamente hecho a medida para adaptarse a ese atlético cuerpo que James Bond envidiaría. Le echaría cerca de la treintena y alrededor de uno ochenta y cinco de estatura.
Malo, oscuro y perverso el que estaba a su lado podría ser un centímetro más bajo, pero compensaba la diferencia con unos kilos extras de puro músculo patea‑culos.
—Las presentaciones parecen necesarias a menos que vosotros ya os conozcáis. —El rubio miró en su dirección, luego hacia el otro macho, pero ella dudaba de que pudiera ver nada en esta oscuridad.
Por otra parte, ¿quién sabía qué poderes tenía como Belador? Ese pensamiento le envió otro escalofrío que le recorrió la columna vertebral.
Evalle mostró una sonrisa afectada ante el tono seco del niño bonito y una indiferencia bien afilada. Nunca había conocido a un macho Belador que no fuera un alfa hasta la médula. Pero ella no tenía ninguna intención de soltar la primera respuesta después de la engañifa que la había hecho aterrizar aquí.
Uno de estos dos podría muy fácilmente ser un topo de vigilancia de los Medb.
La traición de esta noche había puesto un serio freno en su mentalidad de “equipo” y le estaba quemando por dentro.
—Supongo que tendré que ser el primero —continuó el niño bonito, sin inmutarse por el silencio descortés—. Soy Quinn.
El otro prisionero aún no se había movido desde que fue transportado a la cueva por cuatro brujos Medb y le estrellaron contra la pared. Había sido el último capturado. La sangre que había goteado antes de los cortes en su pecho al descubierto se había secado y las cuchilladas habían desaparecido. Se rumoreaba que algunos de los más poderosos guerreros Beladors podían autosanar algunas heridas durante la noche, pero nunca había oído hablar de una curación tan rápida. Extraño.
Su cabeza era completamente calva, lo que añadía un borde letal a la cara. Los marcados músculos se curvaban a lo largo de sus brazos. Todo ese cuerpo fluía hasta la cintura estrecha de sus vaqueros. Él se aclaró la garganta, y hasta eso sonó peligroso.
—Soy Tzader.
—¿El Maistir? —La mirada de Quinn recorrió de arriba abajo al otro guerrero, como midiéndole.
—Sí.
¿Cierto o falso? Evalle nunca había conocido a Tzader Burke, comandante de todos los Beladors de América del Norte. Si era el Maistir, eso podría explicar por qué estaba aquí. Sería una hazaña para la carrera de cualquier Medb.
Ella echó un vistazo al autoproclamado anfitrión de la cueva, a la espera de que Quinn hiciera el siguiente movimiento.
Él desvió la cabeza en dirección de Evalle.
—Puedo ver otra leve aura brillando frente a nosotros. Una mujer, por lo que parece.
¿Cómo es que otros Beladors podían ver los auras, pero no a ella? ¿Qué había hecho para irritar al hada del aura?
Cuando no continuó el hilo de la conversación, Quinn preguntó:
—¿Tú serías?
—Cabreada —Evalle abrió los ojos completamente.
Él sonrió.
—Me encanta el nombre, querida. ¿Debo dirigirme a ti simplemente como Cabreada?
Ella ignoró el sarcasmo.
—Sin ánimo de ofender, necesitaré un poco más de información antes de ser la colega de nadie. Sobre todo de dos que podrían estar mintiéndome.
Antes de continuar con la conversación, Quinn asintió con la cabeza.
—Había asumido que sólo los Beladors respondieron a la llamada, pero tu aura es…
—No es Belador —intervino Tzader.
El momento de vacilación de Quinn habló más fuerte que sus palabras.
—Ya veo.
Desairada otra vez. ¿Algo nuevo? A pesar de que había oído la llamada telepática de auxilio del traidor igual que este par de puras sangre y había sentido el chisporroteo de la conexión de su raza en la piel, todavía no la consideraban una de ellos.
Cruda furia se le agitó por las venas. ¿Qué tendría que hacer para ser considerada una del grupo? Lástima que su rito de iniciación no fuera tan simple como comer algunos peces vivos. Así que ¿por qué estaba sorprendida e incluso dolida? Su propia familia no había querido tener nada que ver con ella. ¿Por qué debería hacerlo alguien más?
Sin embargo, se negó a ser ignorada con tanta facilidad.
—Vosotros dos podréis ver auras, pero dudo que podáis ver algo en esta oscuridad total. No como yo puedo.
—Eso lo explica. —No se perdió el disgusto en el tono de Tzader.
—¿Qué es exactamente lo que explica? —Quinn dejó que su molestia llegara hasta el final esta vez. No era el feliz anfitrión de la cueva después de todo.
—Es una Alterant —Tzader se quedó mirando su forma, estudiando algo—. La única que no está bajo la custodia preventiva del VIPER.
Evalle lanzó una brusca corriente de aire entre los dientes apretados.
—Correcto. Custodia preventiva suena mucho más civilizado que ser enjaulada, que es lo que realmente les pasó a los otros cuatro Alterants. No estoy allí porque no merezco estarlo y me niego a vivir en una jaula, como harías tú si fueras yo. Así que acéptalo.
Había estado allí, y le quemaba el recuerdo de la camisa y se precisaría más que la raza entera de Beladors para devolverla allí.
Y no tenía duda de qué votaría si se transformaba en una bestia delante de él.
Pulgares hacia abajo. Colgar al Alterant.
Sí, el péndulo estaba enterrado en el lado de ellos siendo sus enemigos.
Tzader frunció el ceño.
—¿Trabajas para el VIPER?
VIPER ‑Regimiento de Protectores de Élite para la Vigilancia Internacional‑ era una coalición multinacional de todo tipo de seres inusuales y poderosas entidades creadas para proteger al mundo de los depredadores sobrenaturales. Los Beladors constituían la mayor parte de la fuerza del VIPER, y si realmente era Tzader Burke quien estaba frente a ella, sabría que sólo los Alterants libres trabajaban en el VIPER. Podrían también ser agentes para ellos.
—Estoy en la región del sudoeste —Quinn se aclaró la garganta—. También estoy en el VIPER y estaba en camino para investigar un avistamiento de demonio Birrn en Salt Lake City, cuando oí la llamada. ¿Y vosotros dos qué?
—Un encuentro con un informante en Wendover —respondió Tzader, mencionando un pequeño pueblo en la frontera entre Utah y Nevada—. ¿Qué estabas haciendo en esta zona esta noche, Alterant?
Ella hizo un gesto de: “No tengo intención de compartir nada contigo… gilipollas”.
Cuando ella no respondió, Tzader se rió entre dientes de una forma sin humor que le envió rozando una ola de ansiedad a través de la piel.
—Escucha, cariño. Podríamos tener otro par de horas, o sólo unos minutos. Los Medb no piden rescate. Atrapan, saquean las mentes, utilizan los cuerpos de maneras horrendas y tiran los cadáveres en un pozo de fuego. Podría contactar con Brina incluso a esta profundidad, pero no puedo pasar a través del hechizo que recubre las paredes. Así que no vendrá una caballería de Beladors para salvarnos. O te unes a nosotros para encontrar la manera de escapar o prepárate para la peor muerte que puedas imaginar.
Como si ella no conociera los riesgos.
Y no hubiera vivido un destino peor que la muerte. No tenían ni idea de con qué o con quién estaban tratando.
—Estoy totalmente de acuerdo, amor —agregó Quinn—. Puedo entender tu resistencia a confiar en alguien después de quedar atrapada en esta trampa. Yo también quiero la cabeza de ese traidor Belador como un adorno para el capó en mi Bentley, pero ninguno de nosotros tendrá la oportunidad de descubrir su identidad si no sobrevivimos, y eso pone en peligro a todo nuestro pueblo.
Evalle le concedería eso, aunque estar maniatada a una pared de piedra por la magia no le despertaba exactamente un sentido de camaradería. Más bien, le traían recuerdos que la enfurecían.
Ella sustentaba la llave que posiblemente doblegaría a los Medb ‑una capacidad física para transformarse en una forma más poderosa que podría facilitar que la energía combinada de los tres para luchar les sacara de aquí. Pero el uso de esa capacidad expondría el secreto que había guardado durante cinco años y le daría al Tribunal, el órgano de gobierno del VIPER, la mejor excusa que necesitaban para enjaularla.
Los Alterants adultos no tendrían una segunda oportunidad tras cualquier infracción. Los cuatro hombres Alterants con antinaturales pálidos ojos verdes como Evalle se habían transformado en bestias horribles en los últimos seis años matando humanos y Beladors antes de ser encarcelados.
Cuando ella cumplió los dieciocho y un viejo druida se le apareció para informarle que su destino era ser un guerrero Belador, Evalle había explicado cómo las oscuras gafas de sol que llevaba constantemente protegían sus ultrasensibles ojos. Para cuando los Beladors se dieron cuenta de que sus ojos verdes eran tan pálidos como los de un Alterant, ella no se había transformado ni planteaba ningún peligro. Por esa razón, la reina guerrera Brina pidió al Tribunal que permitiera a sus guerreros entrenar a Evalle con el acuerdo de todas las partes de lo que sucedería si Evalle se transformaba.
Enjaularían a la bestia si daba a conocer su presencia.
Estos dos Beladors en la cueva con ella habían hecho el juramento de defender el Código Belador para proteger a la humanidad, lo que también significaba que informarían de cualquier Alterant que se trasformara.
Evalle casi había cambiado a una bestia una vez. Casi.
Incluso ahora, no sabía si podría hacerlo y mantener el control. Lo que significaba que podría transformarse y los Medb incluso podrían matarla.
Así que su única opción real para escapar dependía de confiar lo suficiente en estos dos hombres para vincularse los tres y así poder utilizar sus habilidades naturales conjuntas para derrotar a los Medb.
Si no…
Hora de palmarla.
Sus opciones se reducían por momentos, y Quinn tenía un punto válido. No podría encontrar a quien la había traicionado y hacerle pagar si moría en esta prisión subterránea.
—Soy Evalle. El motivo de estar por esta zona esta noche es personal. —Lanzó la atención sobre el único que claramente podría dirigir un ataque contra los Medb—. ¿Tienes un plan, Master T?
—Estoy en ello. Han debido usar agua de Loch Ryve para cubrir las paredes y mantener el hechizo. Esa es la única sustancia que conozco que puede drenar los poderes de los Beladors. No sé cuánto tiempo hemos estado aquí, pero es probable que lleve actuando sobre nosotros un rato…
—No en mis poderes —corrigió ella, disfrutando de un momento de satisfacción por otra diferencia inesperada entre ella y los pura sangre—. Tengo toda mi fuerza.
Tzader se detuvo un momento y luego asintió con la cabeza.
—Bien. Esa es una ventaja para nosotros, pero estamos perdiendo poder, ¿cierto, Quinn?
—Correcto. Probablemente tengo la mitad de la fuerza, así que deberíamos golpear pronto mientras todavía somos capaces de luchar.
Evalle miró a los dos hombres.
—¿Alguno de vosotros sabe con cuántos tendremos que luchar para salir de aquí?
—Diría que había cinco brujos Medb y el traidor Belador. —La voz profunda de Tzader se endureció en la última palabra. O bien estaba tan cabreado como ella o era un mentiroso muy convincente—. No conseguí ver bien al quinto Medb, pero no era grande y llevaba una túnica de sacerdote. Se trata de una reunión de cazadores. Si no pretendieran algo más importante, estaríamos muertos. Planean torturarnos para sonsacarnos información o tal vez utilizarnos como cebo para tender una trampa. Quiero la sangre de ese traidor, también, pero no permitiré que los Medb dañen a otro Belador, a pesar de lo que hizo ese hijo de puta.
La inmediata preocupación de Tzader por su raza golpeó a Evalle con una nota de culpabilidad, haciendo que se diera cuenta de que había estado más preocupada por salir viva de aquí que por la protección de su pueblo. Ella había luchado junto a Beladors hasta que estuvo sangrando y agotada para defender a su raza...
Y para demostrar que era digna.
Negarse a ayudar a otro Belador ahora destruiría la confianza que se había ganado de algunos de ellos y daría alas a los que murmuraban que ella no era mucho mejor que un animal adiestrado.
Quinn se movió.
—Estoy de acuerdo con Tzader.
Antes de que ella tuviera la oportunidad de decir sí o no, Tzader comenzó a elaborar una estrategia.
—Hagamos una comprobación rápida de los recursos. Como ella desconfía de nosotros, empezaré yo. Tengo la fuerza telequinetica, telepática y energía, además de dos cuchillas sensibles en mi armadura de la que me despojaron. Si puedo salir de aquí, las convocaré.
Quinn fue el siguiente.
—Lo mismo con la fuerza telequinetica, telepática y energía, además de que puedo bloquear la mente.
Evalle no tenía ni idea de a qué se refería.
—¿Qué quieres decir con bloquear la mente?
—Puedo extenderme dentro de otra mente de forma remota, bloquear las ondas de su cerebro y ver a través de sus ojos. Puedo guiarlos también… si no se percatan que he invadido su mente y se resisten. Entonces tendría una lucha entre manos.
—Pensé que el hechizo que recubre las paredes nos bloqueaba para alcanzar a nadie. ¿Cómo puedes acceder a la mente de alguien desde aquí?
No había vivido tanto tiempo aceptando cualquier cosa tan fácilmente.
—No puedo ir más allá de esta instalación, pero siento moverse el aire. Los Medb deben tener conductos de aire circulando entre las cavernas o nos habríamos muerto de asfixia. Puedo acceder a cualquier persona en otro sitio conectado a éste, incluso por una delgada brecha en las rocas.
Tzader se animó en el último momento.
—¿Puedes destruir la mente de una persona mientras estás dentro de su cabeza?
Mientras que la pregunta se había hecho únicamente para la estrategia de la batalla, Evalle quería escuchar la respuesta por otra razón. ¿Podría Quinn alterarle la mente si se vinculaban? Esa idea no le gustaba ni un pelo.
La pausa de Quinn indicaba que se estaba pensando la respuesta a la pregunta de Tzader.
—Sí, pero no lo haré. No sin la aprobación de nuestra reina guerrera.
Por otra parte, Evalle había esperado que compartiera algo que nadie supiera de él, un secreto que haría a Quinn tan vulnerable como a ella si se transformaba.
Poco probable que alguno de estos dos hombres cometiera ese error.
—¿Estás… vestida, Evalle? —preguntó Quinn con una preocupación tan sincera que la sorprendió.
¿Creía que la habían desnudado?
—Sí. Llevo vaqueros y una camisa.
La camisa de algodón marrón oscuro colgaba abierta sobre la camiseta que era una de las dos mudas que poseía ‑prefería vivir la vida sin las trabas de nada, incluso el vestuario. Se había enroscado la media melena bajo una deshilachada gorra para pasar una noche de vigilancia en la zona de Wend. Perdió la gorra cuando fue capturada.
—¿Qué pasa con tus poderes, Evalle? —Tzader claramente quería conocer todas las armas disponibles para poder así hacer un plan sólido.
—Tengo una visión excepcional, similar a los aparatos de infrarrojos para una visión nocturna. Tengo la fuerza telequinetica, telepatía, energía… y los Medb no me quitaron las botas, que ocultan las cuchillas. —Y podría ser empática, pero eso fue una sorpresa reciente y no tiene importancia ahora mismo.
A Quinn se le escapó una risita.
—No puedo esperar para echarte un vistazo.
—Tu visión es otra ventaja. —Los ojos de Tzader se quedaron mirando su forma—. El próximo paso requerirá un poco de confianza. ¿Estás dispuesta a vincularte con nosotros para que tengamos tu poder completo y la visión nocturna?
No si Quinn podía doblegar su mente.
—Evalle, tengo la sensación que dudas en parte después de enterarte que tengo la capacidad de controlar tu mente. —La voz de Quinn era suave, como si le hubiera leído los pensamientos. ¿Podría?—. Pero date cuenta que ya podría haber hecho eso y bloquearte incluso tu visión si hubiera querido.
Estaba en lo cierto.
Ella consideró sus escasas opciones y no tenía más remedio que ceder.
—La vinculación es nuestra única oportunidad, pero primero quiero un acuerdo de vosotros dos.
—¿Sobre qué? —La sospecha se filtraba en la voz de mando de Tzader.
—Que sin importar lo que tengamos que hacer para salir de aquí juráis mantener cualquier secreto que compartamos entre nosotros. Jurarlo por la vida de nuestra diosa Macha.
—¿Te golpeaste la cabeza cuando te capturaron, mujer? —fustigó Quinn en respuesta, no sonando tan educado, como si escondiera un fondo no tan pulido tras esa voz afable—. Jurar sobre la vida de Macha es una buena manera de ver el fin de la tuya.
—¿Crees que eso es más loco que dar un salto de fe con dos tipos de la misma raza que el que me engañó?
—¿Nuestra raza? —preguntó Quinn.
—Sí —Evalle estaba cansada que siempre dudaran de ella—. Hice el mismo juramento que vosotros. He puesto mi vida en juego muchas veces para otros Beladors, a pesar de que… —Se mordió las últimas palabras, deteniéndose antes de terminar con: Me trataron como un chucho con sangre contaminada. Nunca les dejaría saber cómo sus miradas de reojo y constante espionaje se deslizaban bajo sus defensas.
Los Beladors podrían tolerar a un Alterant, pero cualquier confianza que había recibido en el pasado había sido una difícil alianza en tensas ocasiones. Debía admitir que la raza tenía motivos para sospechar de los Alterants después de que el último macho se hubiera transformado hace dos meses matando a los nueve Beladors que trataron de contenerle. Aunque ella se había puesto a prueba durante cinco duros años y se merecía respeto.
Lástima que ellos no lo vieran de la misma manera.
—No hay trato. —La despiadada mirada de Tzader se movió rápidamente a través de la oscuridad en dirección a ella con la intensidad de un relámpago.
—Yo creo que tampoco —acordó Quinn.
Ahora, ¿qué iba a hacer?
El tramo de pared curvada a la izquierda que corría entre ella y Tzader comenzó a desvanecerse.
Evalle se tensó. No tenía ventaja ofensiva. No hasta que se vinculara con los dos hombres o se librara de los grilletes para que pudiera transformarse. Ambas opciones le retorcieron el estómago en un nudo de terror.
Cuando la roca desapareció, dejando un agujero lo suficientemente grande como para que pasara un pequeño automóvil, entró una diminuta figura Medb vestida con una túnica gris claro. La luz brillaba desde el interior de la capucha. ¿Dónde estaban los cuatro brutos que habían acarreado a Tzader hasta esta cámara?
—No deberías estar aquí. —La suave voz de Quinn estaba llena de tiernos sentimientos.
Evalle le recorrió con la mirada. ¿Estaba hablando con ese hechicero?
La persona bajo la túnica se acercó a Quinn como si flotara sobre el suelo. Evalle estaba cuestionándose el riesgo de vincularse con Quinn y decidiendo si ayudarle cuando la capucha se alejó de la cabeza del Medb. No era un hechicero, sino una bellísima bruja, con el pelo tan brillante que tenía que ser el color de una llama de luz natural.
Orientando su barbilla hacia él, la bruja era una cabeza más baja que Quinn. Sin decir palabra, se levantó de puntillas y le ahuecó la cara con las manos para después besarle dulcemente en la boca. Sólo que Quinn no dejó que le besara, retrocedió hasta que ella finalmente se alejó.
—Cuando mis hombres describieron a los tres Beladors que habían capturado no quise creer lo que oía. Tenía que verlo por mí misma. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Proteger a mi raza. —El pesado suspiro de Quinn sobresalió con pesar—. Vete antes de que tus hombres te encuentren aquí.
—No sé cómo ayudarte —susurró ella con desesperación.
—No puedes. Si lo haces, te matarán por traición, a pesar de ser una sacerdotisa.
—No deberías haber sido atrapado en esta trampa —susurró—. No te buscaban a ti…
—¿A quién quieren? —El tono de Quinn se volvió afilado.
La bruja negó con la cabeza.
—Te tomarán el último. Se me ocurrirá alguna manera de liberarte. Tengo que irme. Ella se volvió para salir.
—Kizira.
Cuando la bruja se dio la vuelta, Quinn suavizó su tono otra vez.
—No trates de salvarme. Estoy obligado con mi pueblo y moriré con estos dos si no pueden salvarse.
—Siempre tan tonto —sacudió la cabeza—. No deberías haberme protegido aquel día.
—Debo mantener mi juramento de honor en todas las situaciones.
La respuesta de Quinn renovó la esperanza de Evalle en ganar un aliado para mantener el secreto. Si tenía que transformarse para escapar, ¿cualquiera de estos dos estaría dispuesto a decir que lo hizo con intenciones honorables?
La bruja Medb que visitaba a Quinn levantó la capucha en su lugar y comenzó a irse, pero vaciló.
—La hora se acerca. —Ella se desvaneció, y la pared se volvió sólida otra vez.
Los músculos apretados en el pecho de Evalle se relajaron después de esa extraña escena. Quinn era amigo ‑más que amigo‑, de una sacerdotisa Medb. No estaba permitido en el mundo Belador, pero no podía saber si él había actuado con honor y salvó a un enemigo en lugar de matarlo sin pensar que sus ancestros estaban sedientos de sangre. Su diosa lo respetaría, pero Quinn tenía un secreto para proteger tan vigorosamente como Evalle escudaba el suyo.
Ahora sólo quedaba saber si Tzader ocultaba algo.
Aunque él era un guerrero que moriría antes de exponer cualquier vulnerabilidad. Apostaba que tampoco había compartido todos sus poderes.
—¿Quieres explicar esa visita, Quinn? —preguntó Tzader.
—Lo siento, socio. Va a ser que no.
Evalle sonrió.
—Tal vez deberíais reconsiderar mi oferta en mantener la confidencialidad entre nosotros con el fin de escapar.
Quinn dio una sacudida rápida de cabeza.
—No voy a pediros a ninguno de vosotros que os pongáis en peligro con Brina o Macha. No por mí.
Maldición. Maldición. Maldición. ¿Qué pasaba con estos dos? ¿Por qué no podían ceder ni un centímetro? Evalle no admitiría la derrota, pero ganarse la libertad no parecía demasiado prometedor, tampoco. La bruja había dicho que se estaban quedando sin tiempo.
Quinn entrecerró los ojos.
—Estoy moviéndome mentalmente a través de los túneles por una mente.
A Evalle estaba empezando a gustarle este tipo a pesar de ser tan amigable con una Medb. Él sabía que su culo estaría al descubierto si Brina se enteraba de su asociación con una Medb, pero todavía estaba decidido a ayudar. Tal vez podría confiar en él.
De Tzader, por otra parte, aún no había conseguido su voto.
—Tengo uno pero no creo que sea el líder. —La voz de Quinn cambió a un tono monótono—. Él está escuchando a uno de los otros brujos que no pueden esperar que el hechizo drene a los Beladors. Kizira argumenta que deberían esperar para ver lo que dice el líder sobre el Belador más peligroso. —La cabeza de Quinn se sacudió con fuerza retrocediendo. Sus sorprendidos ojos se volvieron hacia ella—. Eres la que quieren, Evalle, y no quieres saber lo que planean hacerte.
—Que vengan —dijo ella con más arrogancia de la que sentía en ese momento.
Las cejas Quinn se tensaron, los ojos mirando al vacío mientras se concentraba. Él contuvo el aliento.
—Espero que puedas encargarte de cuatro brujos tú sola, porque eso es lo que viene a por ti… ahora mismo.
La advertencia en su voz aguijoneó golpes helados a lo largo de los brazos.
—Vincúlate con nosotros, Evalle. ¡Ahora! —El tono de Tzader no admitía discusión o preguntas.
Sólo tenía unos segundos para tomar una decisión. Tzader y Quinn no se podrían vincular a menos que ella bajara los escudos mentales.
—¿Cómo sé que no estás mintiendo sólo para embaucarme en la vinculación?
—No lo sabes —Quinn se encogió de hombros—. Como yo no sé lo que experimentaré al vincularme a un Alterant, pero estoy dispuesto a confiar en ti por una oportunidad de escapar.
La pared de la izquierda comenzó a desvanecerse de nuevo, ampliándose lentamente para dar cabida a más personas esta vez.
La gracia sea por Macha, era el momento para decidir si vivía o moría.
Mientras la pared de la cueva se desintegraba bajo la magia de los Medb, Evalle se dio cuenta que sólo tenía que responder a una pregunta. ¿Podría dejar que ni siquiera un Belador muriera después de jurar proteger a su raza?
La respuesta era desgraciadamente para ella…
No.
Ella suspiró suavemente.
—Hagámoslo.
Flexionando los dedos rápidamente antes de que los brujos entraran, abrió el canal mental para Tzader y Quinn.
La sinergia inmediata que se disparó entre los tres chispeó en el aire con el poder combinado. Ella flaqueó durante un par de segundos, experimentado lo drenados que estaban los otros dos, después, se centró sólo en enviarles la energía.
«Tienes una visión de puta madre, cariño», le susurró la voz de Tzader en la mente.
Y la visión no era su único activo. Quinn buscaba a través de sus pensamientos como un torrente cálido de buen whisky.
Si no estuviera tan preocupada por la amenaza que entraría tan pronto como la pared desapareciera, le habría sonreído por la coquetería.
«No os mováis hasta que dé la señal». Tzader dio esa orden con el calor suficiente para que todos supieran que no estaba de humor para bromas.
«Supongo que dejaremos que nos lidere, ¿eh?»
El comentario sarcástico de Quinn limó el borde de ansiedad de Evalle y la llenó de una floreciente confianza. Le echó una mirada al pillo, guiñándole el ojo, para después enviar un mensaje.
«Esperaré la orden para atacar, pero les dejaré desencadenarme antes que hagáis nada si queréis contar con toda la fuerza de mi poder».
Tzader dio una brusca inclinación de cabeza.
Quinn levantó un dedo como confirmación.
La pared se despejó. Cuatro brujos en remolinantes túnicas grises sin capuchas llevando antorchas entraron en la cámara, todos dirigiéndose hacia Evalle. Sin sus oscuras gafas de sol, ella entornó los ojos para poder ver lo que, para sus ojos, era la luz más brillante.
Los tatuajes de serpiente envolvían sus gruesos cuellos y se deslizaban alrededor de cada cabeza calva. El extremo puntiagudo de la cabeza de la víbora descansaba por encima del puente de la ancha nariz de cada hechicero. Los ojos de las víboras brillaban de color amarillo anaranjado y tenían los centros entornados en diamante negro. Cuando dos brujos se detuvieron uno frente a cada brazo de Evalle, cantando al unísono, liberaron los grilletes.
Ella cayó al suelo.
Uno de los otros dos brujos extendió la mano, sin tocarla. Sus dedos se movieron alrededor de la garganta y la levantaron del suelo.
Ella luchó por respirar. ¿Tzader? ¿A qué estás esperando?
—Está asegurada, Sacerdotisa —dijo el brujo que asfixiaba Evalle en voz alta.
Kizira apareció en la entrada, con el rostro estoico.
Quinn le disparó su pensamiento a Evalle.
«Tzader espera que Kizira entre. Trataré con ella».
Kizira cerró los ojos y alzó las manos delante de ella con las palmas hacia arriba. Sus ojos brillaban amarillos. Ella comenzó a murmurar palabras extranjeras que sonaban antiguas y mortíferas.
«Ahora, Evalle», le rugió Tzader en la mente.
Evalle se dispuso en forma de batalla, un mínimo cambio físico que todos los Beladors estaban autorizados para utilizar al tratar con un enemigo. Ella apretó los dedos en los puños. El cartílago se levantó puntiagudo a lo largo de la longitud de los brazos. El poder se despertó por todo el cuerpo, expandiendo el tejido muscular y conduciendo la adrenalina a un nivel volcánico.
Ella afianzó las dos manos alrededor del brazo invisible que la sujetaba y enseñó los dientes.
—Tú morirás primero, sólo por haber sacado el número ganador en esta fiesta.
El brujo de nariz puntiaguda sonrió y apretó con más fuerza, haciéndole saltar las lágrimas de los ojos.
Usando la capacidad telequinetica, ella hizo que las antorchas golpearan el suelo, eliminando las llamas. Los brujos aullaron con rabia.
«¿Preparados?»
Tzader y Quinn se liberaron de las ataduras, atrayendo a los otros tres brujos para enfrentarlos. Los gritos de batalla rebotaron en las paredes, recogiendo la fuerza como el lamento de una banshee.
Tirando en direcciones opuestas con cada mano, Evalle quebró la fuerza que le sujetaba el cuello. El brujo gritó en agonía cuando le cayó el brazo inútil al lado. Liberada de su poder, Evalle volvió a caer sobre el suelo de tierra. Él gruñó de dolor y se inclinó a por ella. Levantó las manos, palmas hacia arriba, bloqueándole con un escudo de energía. Él rebotó, cayendo al suelo.
Kizira se tambaleó, atrapada en un trance profundo.
Evalle pisoteó con cada pie y las plateadas puntas afiladas como navajas salieron disparadas de las suelas de las botas. Dio un paso hacia Tzader, que luchaba con dos brujos.
Quinn le partió el cuello al Medb con quien luchaba, tirando a un lado su cuerpo más rápido que la basura de ayer, para después agarrar a uno de los atacantes de Tzader.
El brujo que Evalle había noqueado había conseguido ponerse en pie. Cargó contra ella, abriendo la boca para soltar maldiciones demoníacas en una corriente de alientos malévolos.
Ella giró en círculo, azotando en alto la bota, las puntas letales rebanando el pescuezo como una moto-sierra. El líquido púrpura burbujeó de la herida mortal, llenando el aire con un olor a naranja podrida. Evalle batió la bota en alto otra vez en una patada cruzada. La cabeza del brujo salió volando hacia el lado, golpeando a Kizira en el pecho. Tal sacudida sacó a la sacerdotisa del trance. Sus vidriosos ojos comenzaron a aclararse.
¡Vaya!
Evalle volvió de nuevo a la pelea, pero no podía entrar pateando por riesgo de matar a los Beladors, que ahora luchaban con los dos únicos brujos vivos. De los dos muertos, uno estaba boca abajo sobre el pecho con la cabeza dándole vueltas hasta que se le quedó mirando al techo.
Tzader luchaba con un brujo armado con una espada de tres puntas que no había poseído hace un momento.
Quinn bombardeó al cuarto brujo hacia atrás con un disparo de energía, produciendo tres triángulos celtas con hojas dentadas y las lanzó con una precisión mortífera. Las cuchillas golpearon al brujo en la garganta, el corazón y los ojos, matándolo instantáneamente.
—¡No a mi hermano! ¡No! —gritó Kizira. Ella miró a Quinn, su angustiada cara era una mezcla de conmoción y traición. Cuando la sacerdotisa alzó las manos hacia Quinn, Evalle se dirigió hacia ella.
—¡No, Evalle! —gritó Quinn.
Ella se deslizó hasta detenerse al lado de Kizira, quien se congeló a mitad del movimiento con los brazos extendidos, los ojos completamente abiertos, llenos de furia.
Quinn apareció junto a la sacerdotisa.
—He bloqueado su mente, pero no puedo mantenerla así mucho tiempo sin hacerle daño. —Miró a Evalle con los ojos llenos de tristeza—. Ayuda a Tzader.
Ella asintió con la cabeza, y luego sintió un golpe en el abdomen que la dobló. Quinn gimió pero mantuvo su posición de espaldas a la cámara. Cuando se volvió a Tzader, le encontró en el suelo, la lanza de tres puntas perforándole el pecho.
Tzader la miró. Su rostro retorcido de dolor.
«Desvincúlate… antes de que muera y déjame», le dijo mentalmente». «No puedes matar a éste».
Evalle miró al último brujo, que se reía en señal de triunfo hasta que divisó a Kizira inmovilizada. Fue entonces cuando los ojos en el tatuaje de serpiente en su cabeza cobraron vida. Eso significaba que llevaba la misma sangre que la Suma Sacerdotisa Medb. Evalle miró a Tzader.
«Escapar o morir, aguantaremos como uno».
«De acuerdo», Quinn confirmó con un jadeo. «Pero no puedo ayudarte y mantener inmóvil a Kizira».
Evalle haría frente al brujo. La intimidación jugaba un papel en cada batalla ganada.
—No pareces tan difícil de matar.
El brujo susurraba un cántico, levantando las manos hasta sus labios y soplando a través de las palmas. Ambas manos se triplicaron en tamaño, extendiéndose en garras. Él golpeó con una garra larga en la pared más cercana, cavando un canal a través de la piedra como si cortara mantequilla con un cuchillo. Él dobló la misma garra, sonriéndole cuando la incitó a atacar.
Bueno, mierda. No había esperado salir de este lío sin hacer frente a esta decisión. Aunque sólo se había transformado una vez ‑hasta cierto punto‑ y sólo como reacción al terror. Regresar a su estado físico normal había sido una batalla. ¿Podría hacerlo de nuevo? ¿O permanecería como una bestia sin control?
No había tiempo para preocuparse de lo que podría suceder.
Si se quedaban, morirían. Si se transformaba…
Evalle mentalmente se extendió dentro de sí, profundizando en el núcleo de su fuerza vital. Urgió al cuerpo a liberarse. El poder rodó por su centro, emergiendo por las piernas y brazos. Los huesos se agrietaron y estallaron, la piel se estiró apretadamente. La ropa se dividió, rompiéndose en jirones que cayeron del cuerpo.
El cuero se desgarró con un chirrido cuando los pies se engrosaron, los dedos de los pies creciendo como el largo de una mano humana. La mandíbula se amplió para dar cabida a una doble hilera de dientes que se afilaron en colmillos dentados.
Los nervios y tendones gritaron de dolor. Rugió haciéndose eco en un sonido obsesionante, ahora pudiendo mirar hacia abajo al brujo desde tres metros del suelo.
Él se rió desafiante para después lanzar una bola de energía contra ella. Ella la bateó alejándola, volando un agujero en la pared de roca.
El brujo ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír, pero algo sorprendido. Él se abalanzó con furia contra ella, los brazos hacia atrás para mecer una mano con garras en el cuello. Antes de que pudiera cortarle la cabeza, ella lo bloqueó, usando un inmenso brazo que crepitaba con el poder no utilizado.
Él se recuperó, aturdido durante los dos segundos que ella le permitió vivir.
Rizó los dedos como cuero en un puño y le machacó la cara, golpeándolo hacia atrás en la pared, donde su cuerpo se quedó clavado, temblando. Rayos de energía estallaron y chispearon a su alrededor antes de que cayera al suelo. Cuando ella se acercó al brujo, él jadeó:
—Eres un monstruo muerto.
Ella levantó un pie tan pesado como dos bloques de cemento y lo dejó caer en medio de su cuerpo, aplastándolo en dos mitades.
Su último aliento fue un gritó de agonía que Evalle nunca querría volver a oír.
Brillante luz anaranjada aclaraba el interior de la cueva. El cuerpo le echó espumarajos púrpura para después desintegrarse en una nube de humo marrón. Un signo seguro de que pertenecía a la realeza Medb.
Evalle tomó varios alientos, calmando la energía que pulsaba a través de ella. Rogó a su cuerpo que volviera al estado anterior ahora que estaban a salvo. Cada aliento que tomaba obligaba a otra parte a apretarse y reducir el tamaño, y aleluya, estaba revertiendo el cambio. El sudor le cubría la piel. El dolor le apuñaba los brazos y las piernas, revolviéndole el estómago. Sentía la cabeza como si una estaca le atravesara las sienes, aunque se sentiría peor si el Tribunal se enteraba que se había transformado.
Sintiendo que el cuerpo finalmente volvía a la forma humana, Evalle se giró hacia Tzader, que yacía inmóvil. Cuando le alcanzó, le arrancó la lanza liberándole. La sangre fluyó a chorro de los tres agujeros. Mortificada por su estado de desnudez, pero sin poder reparar la ropa destrozada, se dejó caer sobre las desnudas rodillas y presionó las manos sobre las heridas abiertas para detener el flujo de sangre. Aunque no tenía poder para sanarle todos los daños internos.
—Él no puede estar muerto, porque estamos vivos —dijo Quinn en un siseo por encima del hombro desde donde aún controlaba a Kizira.
—Tienes razón —Evalle y Quinn tenían una posibilidad de sobrevivir si se desvinculaban y escapaban, pero ella no podía abandonar a Tzader. Él no era el Belador traicionero. Si se desconectaban, él perdería la fuerza que ella aún le daba. Le dolía el abdomen, también, pero no tanto como si hubiera sido apuñalada. ¿Por qué no se sentía ella como si se estuviera muriendo?
¿Podría un Alterant vinculado a un Belador no morir?
Los ojos de Tzader parpadearon.
—Estoy aquí —le reconfortó ella—. No te dejaré.
Él jadeaba duramente para conseguir aire, levantándosele el pecho. Su mano se disparó para agarrarle el brazo con una fuerza que la sorprendió.
—Vive… Le siento cada vez más fuerte.
Evalle miró por encima del hombro a Quinn.
—Yo también.
Tzader gimió.
—Puedes apartar la mano ahora.
Cuando miró hacia abajo, su rostro estaba robustecido con vida. Ella apartó las manos. Los agujeros en el pecho se redujeron. Se los quedó mirando en estado de conmoción.
—¿Qué hiciste?
Tzader se sentó y se desperezó, y luego los hombros cayeron por el esfuerzo.
—Me salvaste la vida, Evalle.
—No, no lo hice. —Se levantó y se alejó de él—. No tengo esos poderes.
Empujándose sobre los pies, Tzader se volvió hacia ella, amablemente evitando mirar el cuerpo desnudo.
—Deberías ponerte una túnica.
Ella tiró de una túnica del suelo donde se había quedado cuando uno de los brujos se desintegró. Metió los brazos por las mangas.
—Ahora. ¿Qué te pasó, Tzader?
Él se movía lentamente, todavía recuperándose.
—Lo único que puedo decir es que las puntas de la lanza estaban hechas de lava de volcán, ya que es lo único que puede matarme. Pero la punta tiene que permanecer en el lugar mientras muero lentamente. Si no hubieras derrotado al último brujo y sacado la lanza, estaría muerto.
Los Beladors no eran inmortales, por regla general, al menos por lo que ella sabía.
—¿Por qué no puedes morir?
Como Tzader no respondió, lo hizo Quinn.
—Podrías decírnoslo. Después Evalle podría compartir lo que se necesita para matarla, también. No me voy de aquí sin saber más sobre vosotros dos.
Ella le lanzó una traviesa mirada.
—Creo que ya sabéis lo suficiente sobre mí en este momento.
Tzader se encogió de hombros.
—Digamos simplemente que soy descendiente de un Belador que me bendijo o maldijo, dependiendo de vuestro punto de vista y lo dejamos así, ¿vale? —Caminó hacia Quinn—. ¿Podemos salir de aquí?
—Sí. Conseguí la ruta de salida de la mente de Kizira.
Evalle se acercó a los dos.
—Dudo que nos deje salir sin una pelea después que desbloquees su mente.
—No la mataré —dijo Quinn con tranquila convicción—. Puedo dejar un espacio en blanco en sus pensamientos cuando la libere que durará tal vez un minuto después de que salga de ese estado. Suficiente tiempo para llegar a la superficie.
—Hazlo.
Tzader miró hacia la pared que aún estaba abierta. Silbó en un tono agudo. Dos cuchillos giratorios con diseños celtas en las empuñaduras volaron a través de la cámara y le rodearon, aterrizando en cada cadera. Las puntas de las hojas gruñeron y sisearon.
Evalle había perdido las botas además de la ropa, aunque tenía más preocupaciones. Ella sabía que no debía creer que estos dos protegerían su secreto a menos que le dieran su palabra. Pero, ¿qué Belador arriesgaría su existencia y su familia por un Alterant?
—Tenemos que irnos ahora —Quinn se alejó de Kizira, quien se quedó inmóvil, como una estatua espectral. Él los guió por el camino, corriendo velozmente a través de un laberinto de pasillos oscuros que se encaramaban hacia la superficie. Tzader seguía a Evalle, que mantenía el mismo ritmo que Queen.
—Todos somos buenos guardando algunos secretos, ¿verdad? —Evalle se moría de ganas de saber por qué ninguno de los hombres había comentado nada sobre su transformación. Ella haría lo que fuera por proteger a su raza aunque no volvería de buena gana a una jaula.
No después de haber pasado su infancia encerrada como un monstruo.
Los pasos de Tzader martilleaban un poco detrás.
—Salgamos primero de aquí y después hablamos.
El miedo la traspasó. Él la arrojaría desde lo más alto. Lo sabía. No era lo bastante hombre para decírselo hasta que no estuviera a salvo.
—Puedes hablar y correr. Admitir lo que viste. He vuelto a cambiar a mi estado normal. No estoy fuera de control. Elegí el momento de la transformación y cuando tenía que volver.
—Es complicado, Evalle. —Quinn les guiaba con confianza, eligiendo cambiar de dirección sin titubear y corriendo lo necesario.
Hasta que llegó a un montón de rocas que bloqueaban el camino. Todos derraparon hasta detenerse.
Ninguno de ellos hizo un movimiento para despejar las rocas, y su minuto de ventaja estaba a punto de terminar. Evalle les miró.
—Usamos la fuerza, ¿de acuerdo?
Quinn negó con la cabeza.
—No podemos mover las rocas de esa manera. Saqué varios cánticos de Kizira que creo están conectados a esta ruta, pero…
—Pero, ¿qué? —La ira se mezclaba con el miedo en su interior—. Empieza con el maldito cántico antes de que tu sacerdotisa loca se despierte de su siestecita.
—Podría matarnos si uso el cántico incorrecto. Y ella no está loca. —El tono de Quinn le dijo que su paciencia se estaba acabando.
Un chillido sobrenatural salido de una película serie B de terror sacudió el túnel subterráneo.
—Suena como si la Bella Durmiente hubiera despertado —suspiró Evalle.
—Me gustabas más cuando no hablabas —le espetó Quinn, perdiendo por completo la compostura.
—No me gustáis ninguno de los dos ahora mismo —Tzader les fulminó con la mirada—. Abre la jodida salida o tendré que matar a una sacerdotisa muy cabreada.
El volumen de los gritos de Kizira aumentó.
Quinn se encaró hacia las rocas y arrojó una secuencia rápida de majaderías que Evalle no podría comenzar a traducir ni recordar.
Los peñascos empezaron a caer por los lados, separándose para hacer una abertura. Ella echó un vistazo rápido tras ellos hacia Kizira. Puede que Quinn no deseara dañar a su dulce ojos‑de‑demonio, pero Evalle lo haría. Si no fuera por los Medb ella no tendría que enfrentarse al encarcelamiento ‑o algo peor‑ por transformarse.
—Vamos —Tzader la agarró del brazo y la arrastró por la abertura—. «¡Sella el agujero, Quinn!»
El cántico de Quinn se perdió por el sonido de las rocas apilándose detrás de ellos.
Cuando Evalle consiguió una posición estable estaba en la superficie. A la luz del día. Sin ningún refugio en kilómetros.
Un sol de agosto que levantaba ampollas en el desértico paisaje y en la piel.
—¡No! —Se enroscó dentro de la túnica, tirando de la delgada protección alrededor. La piel en el dorso de la mano expuesta comenzó a volverse de un asqueroso color verde.
Tzader y Quinn le gritaron algo, pero sus gritos se ahogaron por los de ella. El calor la abrasó por los vasos sanguíneos en el brazo y dentro del cuerpo, llevándole el veneno al sistema.
No sería encarcelada después de todo.
El sol la mataría primero.
Traduccion: Kalosis
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