Jo se
quedó paralizada al encontrarse en el sitio más raro que había visto jamás. El
Bosque Espeluznante de las Hadas, completo con árboles retorcidos que parecían
que iban a volver a la vida e intentar comerse su cabeza.
Menuda putada… Había aparecido en Telelandia
y no podía despertar.
Y por
lo que parecía, era un episodio de la familia Addams.
Quizá
de los Munsters.
Definitivamente,
de uno de los dos. Dando la vuelta sobre sí misma lentamente, no vio nada
excepto una oscuridad infinita. No había color. Incluso su piel tenía un color grisáceo
y pálido.
Qué
raro.
Esa era la razón por la que Technicolor se
impuso en las películas…
Un
fuerte viento rugió a su alrededor, alborotándole el pelo y poniéndole la piel
de gallina. Abrazándose el cuerpo, avanzó tambaleándose, a través de la noche,
buscando el camino a casa.
-¡Selena!
¡Karma! –se paró para intentar oírlas, pero lo único que escuchaba era el
viento-. ¡No tiene gracia! Lo juro, Karma, Jo es la cabrona. ¡No tú! ¡Me las
pagarás por esto! ¡Tendrás que dormir algún día!
Vamos, Jo. Despierta.
Es solo un estúpido sueño.
Aun
así, mientras los segundos se convertían en minutos y nada cambiaba, empezó a
preocuparse. Incluso a asustarse.
De
repente, escuchó el sonido de unos pasos corriendo no muy lejos.
-¿Lainie?
¡Por aquí! ¡Y trae una linterna!
El
sonido se ralentizó y giró en su dirección.
Aliviada,
dejó escapar un largo suspiro. Hasta que vio el origen del sonido.
Oh, dios, no…
Eran
los refugiados de una de las películas de miedo de zombis que su sobrina
Tabitha veía al irse a dormir cada noche.
Horrorizada,
Jo se dio la vuelta y corrió lo más rápido que pudo. Pero con su suerte, no
eran los zombis que se movían a cámara lenta de The Walking Dead. Oh, no…
Eran el
premio de la lotería: super zombis de Residen Evil, con esteroides y un
entrenamiento olímpico. Uno se lanzó a por ella mientras intentaba morderla. Jo
se agachó y se giró antes de correr en la dirección opuesta. Frenética, buscó un
arma, pero todo lo que podía ver era niebla, oscuridad y más oscuridad.
¡Inútil!
¡La próxima vez que tenga este sueño, quiero
gafas de visión nocturna y un machete! Por no mencionar un par de guardaespaldas
macizos.
Y en
esas terribles y terroríficas películas que Tabby le obligaba a ver, lo único
que Jo siempre había odiado era a la estúpida chica que gritaba y que corría
sin remedio, normalmente en tacones, y ni siquiera intentaba salvarse.
Pero ¿qué
narices? No podía hacer otra cosa.
Dejando
escapar un alarido, corrió y se dio de bruces contra un duro árbol que apareció
de nada.
O eso
pensó. El oscuro árbol la atrapó entre los brazos y la puso detrás de él antes
de girarse y desenvainar una espada tan rápido que Jo tardó un minuto en
procesar lo que había hecho. El siseo del metal hizo que un escalofrío le
recorriera la espalda.
Apenas
podía seguir con la mirada a aquel hombre increíblemente alto mientras
despedazaba aquellas cosas cuando intentaba matarle o atraparla. Vaya, estaban
entrenados. Pero nada comparado con aquel hombre. Se giraba, bloqueaba y daba
estocadas como una bailarina macabra.
Era
obvio que había combatido contra ellos más de una vez.
Aunque
le llevó varios minutos, luchó contra ellos con una precisión y habilidad
absurdas.
Después
de que los zombis estuvieran esparcidos por el suelo entre la niebla, él se
giró lentamente para mirarla. En aquel negro, no podía descifrar ningún detalle
de su cuerpo. Ninguno. Envuelto de negro de los pies a la cabeza, le recordó a
un monje asesino.
Envainando
su espada, le habló en un lenguaje que ella nunca había escuchado.
Cuando
no le respondió, le agarró el brazo y bramó con más galimatías.
Ella le
empujó.
-Tío,
no tengo ningún Babelfish aquí. Ni la piedra Rosetta. Ni siquiera sé de qué
continente viene eso.
-¿Humana?
Su
grave tono de barítono la paralizó. Oooh, una voz sexy envuelta en un precioso
acento. Bonita y reconfortante, no como el feroz apretón que aún ejercía sobre
su brazo.
-Después
de mi primera taza de café. La mayoría de los días. Sí, soy humana –intentó liberar
su brazo de su mano-. ¿Ya has tomado tu cafeína? ¿Tu enema diario?
Su
agarre se intensificó mientras la arrastraba lejos de los cadáveres.
-¡Eh!
Tío irritante, alto y siniestro. No soy tu Barbie –se zafó de su mano-.
¿Quieres tratar con cuidado la mercancía? Quien lo rompe, lo paga, y no es barato.
Tengo tres perros que mantener, ¿sabes? Las tiras de bacon para perros son muy
caras. Y Maisey se ha vuelto adicta a esas palomitas de microondas con
mantequilla. Y no le valen de marca blanca.
Cadegan
no tenía ni idea de lo que esa mujer estaba diciendo. Aunque entendía la
mayoría de palabras que usaba, otras le dejaban tan perplejo como su repentina
aparición en su reino. Y sus frases no tenían ningún sentido.
Por su
ropa, sabía que formaba parte del mundo humano actual. ¿Pero por qué estaba
aquí?
¿Cómo
había llegado? Mientras algunos de los demás que llamaban hogar a ese infierno
podían ir y venir, eran hechiceros, Adoni u otro morador inferior. Los humanos
no tenían la libertad de adentrarse sin ayuda.
Y
cuando enviaban a un humano a por él, podía oler el toque del demonio a mucha
distancia.
Ella
era diferente. Mientras tenía algo que le resultaba familiar, no tenía ninguna
esencia de nada, excepto de humanidad.
Amabilidad.
Era lo
que había atraído a esos tímalos y les había hecho atacar. La inocencia era uno
de los productos más preciados y valiosos en ese infernal reino. Y era uno que
nunca duraba mucho antes de que convirtieran a los inocentes.
O los
mataran.
Cadegan
se quedó helado al oír más tímalos y sidhe corriendo hacia ellos. Peor que eso,
sonaba como si llevaran MMs con ellos.
Los
Minions de la Muerte darían cualquier cosa por un bocado de su inmaculada carne
humana. Y podrían devorarla solo para escucharla suplicando a gritas.
-Quieta.
La dejó
para enfrentarse a esos seres oscuros y retorcidos que rezaban para que alguien
fuera lo suficiente estúpido como para estar en el bosque Nachtmore a esa hora.
Dios,
la habían detectado muchos, y parecían que aparecían más cada segundo. Esquivó
una espada de un tímalo antes de que un MM se lanzara a por él.
La
mujer avanzó, acercándose a la refriega.
Distraído,
sintió como le mordía la criatura contra la que estaba luchando. Maldiciendo,
le devolvió el golpe y lo mató en el instante en el que ella empezaba a correr
de nuevo.
-¡Alto!
Ella se
quedó quieta y subió los brazos.
-¡No
dispares!
¿Por
qué pensaría eso?
-No
tengo ningún arco o ballesta, muchacha. Sería inútil contra ellos, de todas
formas.
-Vale,
de acuerdo –dijo volviéndose para mirarle.
Cadegan
contuvo la respiración cuando por fin pudo ver sus pícaros rasgos. Alta y delgada,
no tenía las curvas que él prefería en el cuerpo de una mujer. Pero su cara era
la de un oscuro e inocente ángel. Su suave pelo negro y sus ojos oscuros le
recordaron a su hogar. Pero, tuvo el repentino deseo de tocar esos largos
tirabuzones para ver si eran tan suaves como parecían. Inhalar su dulce
esencia.
Canolbwyntio!
Esto tenía que ser algún tipo de trampa. Era todo lo que esperaba a los
maldecidos en ese reino de locura. No era el mundo humano, ni Camelot, ni
Avalon. Eso era Terre Derrière le Voile, el agujero negro entre esos mundos al
que su hermano le había enviado durante toda la eternidad. Capaz de ver por
siempre los reinos llenos de luz que nunca más podría alcanzar o visitar, sin
importar cuánto poder poseyera.
Déjasela a ellos, entonces, y márchate.
Era lo
más sensato. Pero claro, él se había vuelto loco hacía siglos.
Ahora…
Como
aquellos que salían a atraparla, él también la quería para él. Durante un
tiempo. Aunque solo fuera para apaciguar la soledad que tenía como única
compañera-
¿Era
mucho pedir un par de minutos de conversación?
Maldito sea el infierno de Lucifer.
Y
maldito sea él también.
Antes
de poder refrenarse, Cadegan le tendió la mano.
-Conmigo
ven, muchacha, y te pondré a salvo.
Jo
titubeó mientras intentaba darle sentido a sus cantarinas palabras.
-¿Quién
eres?
-Cadegan.
Vaya,
ese chico tenía un acento muy marcado. Y era uno muy raro. Un cruce peculiar
que estaba entre irlandés o escocés, e inglés marcado. Aun así era algo que
nunca había escuchado antes.
-¿Cah-qué?
Lo
repitió despacio.
-CUH-doo-gun.
-Cadegan
–dijo avergonzada, esperando no haberle insultado con su mala pronunciación. Si
lo hizo, él no la corrigió-. El mío es fácil. Soy Jo.
-Jo.
Tenemos que ir. He derrotado, pero no podemos permanecer aquí. Habrá más.
Siempre hay.
Aquello
era peor que intentar entender a su abuela Romanichal cuando tenía uno de sus días
Anglo-románicos.
-¿Estás
intentado ayudarme?
-Sí.
-Vale,
pero tengo un zapato, chaval, y no dudaré en usarlo.
Cadegan
no tenía ni idea de lo que significaba esa, pero sonó vagamente como una
amenaza. Si tuvieran más tiempo, se reiría con pensar que una mujer tan delgada
pudiera hacerle algún daño. Cualquier mujer u hombre, de hecho. Pero no había
tiempo. Tenían que alejarse antes de que algo la alejara de él.
Finalmente
ella le tendió su delicada mano, y él maldijo el hecho de que llevara guanteletes
que le impidieran sentir su suave piel.
Había
pasado tanto tiempo sin que le tocara un humano que no podía recordar la
sensación. No era como si lo hubiese experimentado mucho.
Aun así…
todo el mundo anhelaba algún grado de contacto físico.
Incluso
los malditos.
La
empujó hacia el refugio que le había servido como hogar desde que Leucious le
había encarcelado allí. No era mucho. En realidad, era como una conejera.
Aunque estaba limpia y era útil. Lo mejor de todo era que podía cerrarse y
sellarse para mantener a los demás fuera el tiempo suficiente para poder comer
o dormir.
Con sus
poderes, abrió la puerta de piedra y la dejo entrar en su casa en primer lugar.
-Perdona
porque sea un rocal.
-¿Corral?
-¿Corral?
–repitió él, sin entender su término más de lo que ella había entendido el
suyo-. Pocilga –dijo intentándolo de nuevo.
Jo
sonrió cuando finalmente entendió lo que quería decir.
-Es
casi lo mismo.
-Ah.
Frunciendo
el ceño, Jo se quedó mirando mientras él movía la mano y una enorme piedra
rodaba hacia la abertura mientras ellos pasaban. En el momento que estuvo en su
sitio, diez candelabros se encendieron solos a su alrededor, revelando el
agujero de hobbit en el que vivía. El suelo debajo de sus pies estaba hecho de
tablas de madera gruesas, y unos árboles más pequeños y retorcidos sujetaban el
techo curvado que estaba encima de sus cabezas. También aguantaban un segundo
piso, que era pequeño y elevado, donde había una modesta cama en una pequeña
plataforma que parecía tener cajones y un lavabo. En términos generales, el
sitio le recordaba a un pequeño apartamento. Probablemente tendría unos
cincuenta metros cuadrados.
Había
una chimenea a su izquierda, con un pequeño caldero y una cafetera. Dos potas
más y una cacerola colgaban de los ganchos de la chimenea. Las paredes estaban
descubiertas, excepto por una gran colección de espadas, lanzas y hachas. Y más
escudos de los que había visto en toda su vida. Solo entonces se dio cuenta del
color que había dentro. Al contrario del exterior en blanco y negro.
-¿Le
gustaría un plantador, muchacha?
Se
volvió para mirarle y después jadeó al darse cuenta de que era mucho más alto
de lo que había supuesto. ¡Madre del amor hermoso! Debía medir más de un metro
ochenta y tenía unos hombros anchos. Vestido en una toga parecida a la de un
monje y una capa, con un cinturón, era gigantesco. Se quitó los guanteletes de
malla y los enganchó al cinturón.
Al ver
que ella no le respondía, se bajó la capucha para enseñar su cara al fin. Ella
contuvo la respiración al ver unos ojos tan azules, como el mar Caribe, que
electrizaban. Antinaturales. Llevaba el pelo rubio oscuro demasiado corto. Como
un militar. Y aunque tenía los pelos de la barba un poco largos, como si no se
hubiese afeitado durante semanas, no tenía una barba espesa ni parecían
descuidados. Era un caos muy sexy que añadía una cualidad extremadamente dura a
un rostro masculino perfecto.
-¿Me
has oído, muchacha? ¿Te gustaría un plantador?
Si un
plantador era un Cadegan caliente en su cama, por supuesto que sí. Apúntala y
satúrale la bandeja de entrada. Soportaría eso y más.
-No
estoy segura de lo que lo que me estás preguntando.
Una
sonrisa burlona apareció lentamente en su hermosa cara, haciéndole aún más
apetecible y exquisito.
-Comida.
Agua. ¿Te gustaría un… aperitivo?
Ella se
decepcionó y puso un puchero. No era la oferta que estaba buscando. Negó con la
cabeza.
-Estoy
bien. Gracias, de todas formas.
Él
inclinó la cabeza antes de quitarse la capa con ademán y colgarla en una
varilla en la pared. Al volverse hacia ella, titubeó. Su inesperada timidez era
encantadora y le hacía parecer casi real.
-Bueno,
Cade… Eres alto, sexy, vistes bien y vives en un agujero de hobbit. ¿Hay algo
más que necesite saber sobre ti? ¿Hay una señora Hobbit-Gigante con la que
compartes tu morada?
Él no
respondió, mientras parecía estar teniendo dificultades al entenderla. En vez
de eso, bajó la mirada hasta su mano. Un ansia que no pudo comprender le
oscureció los ojos.
-¿Puedo?
–preguntó con vacilación.
-¿El
qué?
Acercándose
a ella despacio, le cogió el brazo como si esperara que ella se evaporara. Con
una ternura inimaginable, le tomó la mano y cerró los ojos como si estuviera
saboreando la sensación. Se mordió el labio inferior con la expresión más
atractiva que había visto en la cara de un hombre, y ahueco su mano entre las
suyas. Con la respiración entrecortada, guio su mano hasta su mejilla y mantuvo
sus nudillos en la piel como si fueran una reliquia sagrada. De hecho, temblaba
mientras hablaba en ese melódico idioma que no había ni siquiera empezado a
descifrar.
Una
parte de ella estaba aterrorizada. ¿Estaba loco? Pero no la estaba amenazando.
En lugar de eso, actuaba como si no hubiera estado cerca de otra persona en
mucho tiempo.
-¿Estás
bien?
Él
inhaló su piel un segundo antes de soltarla y echarse hacia atrás.
-Lo
siento, no pretendía asustarte.
-No
pasa nada. He tenido citas más espeluznantes que esta. Es vergonzoso, también,
y de hecho fueron mientras estaba despierta… y con testigos que conocía.
Él
sonrío y fue al armario hecho a mano donde se sirvió un cáliz de vino. Justo cuando
había empezado a beber, algo golpeó la piedra que había colocado como puerta.
Jadeando
de miedo, Jo corrió hacia él.
Cadegan
le tendió el caliz.
-Mantén
los nervios, muchaha. Te prometo, no van a entrar aquí. Y nunca a través de mí.
Ella le
dio las gracias y cogió el vino mientras lo que fuera que estuviese fuera hacía
todo lo que podía para que Cadegan quedara como un mentiroso.
-¿Te
puedo preguntar algo?
Él se
sirvió otro cáliz.
-Sí.
-¿Qué
idioma estás hablando?
-Inglés,
pienso.
La
forma en la que lo dijo lo hizo sonar más como An-GLES.
-¿No
eres inglés?
La furia
que relampagueó en sus ojos la hizo retroceder inmediatamente.
-Lo
siento, Cade. No pretendía insultarte.
Un tic
apareció en su mandíbula antes de que se terminara el contenido del cáliz de un
trago y se sirviera otro.
-Soy
Brythoniaid.
-Eso es
absolutamente precioso. No tengo ni idea de dónde es o por qué mi cerebro está
pagándolo conmigo, pero vale. He debido de mirar demasiadas entrada de
Wikipedia –chocó su cáliz de vino contra el de Cadegan-. Por los Bri… lo que
sea que acabes de decir.
Cadegan
se rio por sus palabras, y luego se quedó paralizado mientras el sonido le
conmocionaba. En verdad, no podía recordar la última vez que se había reído. Por
nada. Era un sonido extraño de oír para él.
Ella
era encantadora a niveles aterradores.
Y le
hizo anhelar cosas que sabía que nunca podrían ser suyas.
-Quizá
me conozcas como Cymry o… galés.
-¡Ah!
Ahora ya lo sé. Eso explica mucho, de hecho… Una salsa genial.
Se
acabó el vino y puso su cáliz en una pequeña mesa.
Siempre
quise ir al Reino Unido. Debe ser la razón por la que mi cerebro está
conjurando esto durante mi estado comatoso. Ahora que lo pienso, me recuerdas
al tío que protagoniza Arrow… Sí, por fin veo la conexión.
Cadegan
resopló antes sus tonterías.
-Si te
parezco tan molesto, muchacha, como tú a mí, me disculpo profundamente.
-Creo
que sí es la respuesta correcta. Pero está bien. Se supone que los comas no
tienen sentido. ¿Verdad?
Él
sonrió con un aire de superioridad a su pregunta.
-Siento
ser el portador de malas nuevas, pero no estás durmiendo.
Jo se
tensó. No podía ser posible. Por favor, que me hayas mentido.
-¿Perdón?
Él
señaló su cueva.
-Esto
es tan real como los cuernos de Bran.
-No, no
lo es.
Que
fuera real no tenía más sentido que lo que le estaba diciendo.
Asintiendo,
él puso su cáliz a un lado.
-No te
creo. Demuéstralo.
Cadegan
no tenía ni idea de cómo hacerlo sin dañarla, y por alguna razón eso era lo
último que quería hacer. Preferiría disfrutar de su cháchara sin sentido, y le
gustaba el hecho de que no le tuviera miedo.
-¿Y
bien? –se mofó ella.
Una
sonrisa malvada apareció en sus labios cuando se le ocurrió una forma de
demostrarlo y no herirla. Antes de que pudiera reconsiderarlo o parar, él bajó
los labios hasta los suyos y la besó con ganas. Pero no estaba preparado para
la sensación de probarla tan íntimamente. Para las sensaciones que aquel beso
encenderían dentro de él.
Respirando
con dificultad, cerro la mano alrededor de su sedoso pelo y exploró su boca con
un hambre y ansia olvidadas que resurgieron. Extremadamente cálido, le estrechó
en un abrazo y lo mantuvo cerca, deseando un cuerpo que estaba segura que sería
increíble sentir encima.
Si eso
era un sueño, no se quería despertar. No si él no estaría allí con ella.
Cuando
finalmente se retiró, él la miró con un amargo anhelo que hizo que su pecho se
tensara.
-¿Me
crees ahora, muchacha?
Fuente: Heroes and Heartbreakers
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