Capítulo 3 de Son of No One

jueves, agosto 21, 2014


Jo se quedó paralizada al encontrarse en el sitio más raro que había visto jamás. El Bosque Espeluznante de las Hadas, completo con árboles retorcidos que parecían que iban a volver a la vida e intentar comerse su cabeza.
Menuda putada… Había aparecido en Telelandia y no podía despertar.
Y por lo que parecía, era un episodio de la familia Addams.
Quizá de los Munsters.
Definitivamente, de uno de los dos. Dando la vuelta sobre sí misma lentamente, no vio nada excepto una oscuridad infinita. No había color. Incluso su piel tenía un color grisáceo y pálido.
Qué raro.
Esa era la razón por la que Technicolor se impuso en las películas…
Un fuerte viento rugió a su alrededor, alborotándole el pelo y poniéndole la piel de gallina. Abrazándose el cuerpo, avanzó tambaleándose, a través de la noche, buscando el camino a casa.
-¡Selena! ¡Karma! –se paró para intentar oírlas, pero lo único que escuchaba era el viento-. ¡No tiene gracia! Lo juro, Karma, Jo es la cabrona. ¡No tú! ¡Me las pagarás por esto! ¡Tendrás que dormir algún día!
Vamos, Jo. Despierta.
Es solo un estúpido sueño.

Aun así, mientras los segundos se convertían en minutos y nada cambiaba, empezó a preocuparse. Incluso a asustarse.
De repente, escuchó el sonido de unos pasos corriendo no muy lejos.
-¿Lainie? ¡Por aquí! ¡Y trae una linterna!
El sonido se ralentizó y giró en su dirección.
Aliviada, dejó escapar un largo suspiro. Hasta que vio el origen del sonido.
Oh, dios, no…
Eran los refugiados de una de las películas de miedo de zombis que su sobrina Tabitha veía al irse a dormir cada noche.
Horrorizada, Jo se dio la vuelta y corrió lo más rápido que pudo. Pero con su suerte, no eran los zombis que se movían a cámara lenta de The Walking Dead. Oh, no…
Eran el premio de la lotería: super zombis de Residen Evil, con esteroides y un entrenamiento olímpico. Uno se lanzó a por ella mientras intentaba morderla. Jo se agachó y se giró antes de correr en la dirección opuesta. Frenética, buscó un arma, pero todo lo que podía ver era niebla, oscuridad y más oscuridad.
¡Inútil!
¡La próxima vez que tenga este sueño, quiero gafas de visión nocturna y un machete! Por no mencionar un par de guardaespaldas macizos.
Y en esas terribles y terroríficas películas que Tabby le obligaba a ver, lo único que Jo siempre había odiado era a la estúpida chica que gritaba y que corría sin remedio, normalmente en tacones, y ni siquiera intentaba salvarse.
Pero ¿qué narices? No podía hacer otra cosa.
Dejando escapar un alarido, corrió y se dio de bruces contra un duro árbol que apareció de nada.
O eso pensó. El oscuro árbol la atrapó entre los brazos y la puso detrás de él antes de girarse y desenvainar una espada tan rápido que Jo tardó un minuto en procesar lo que había hecho. El siseo del metal hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.
Apenas podía seguir con la mirada a aquel hombre increíblemente alto mientras despedazaba aquellas cosas cuando intentaba matarle o atraparla. Vaya, estaban entrenados. Pero nada comparado con aquel hombre. Se giraba, bloqueaba y daba estocadas como una bailarina macabra.
Era obvio que había combatido contra ellos más de una vez.
Aunque le llevó varios minutos, luchó contra ellos con una precisión y habilidad absurdas.
Después de que los zombis estuvieran esparcidos por el suelo entre la niebla, él se giró lentamente para mirarla. En aquel negro, no podía descifrar ningún detalle de su cuerpo. Ninguno. Envuelto de negro de los pies a la cabeza, le recordó a un monje asesino.
Envainando su espada, le habló en un lenguaje que ella nunca había escuchado.
Cuando no le respondió, le agarró el brazo y bramó con más galimatías.
Ella le empujó.
-Tío, no tengo ningún Babelfish aquí. Ni la piedra Rosetta. Ni siquiera sé de qué continente viene eso.
-¿Humana?
Su grave tono de barítono la paralizó. Oooh, una voz sexy envuelta en un precioso acento. Bonita y reconfortante, no como el feroz apretón que aún ejercía sobre su brazo.
-Después de mi primera taza de café. La mayoría de los días. Sí, soy humana –intentó liberar su brazo de su mano-. ¿Ya has tomado tu cafeína? ¿Tu enema diario?
Su agarre se intensificó mientras la arrastraba lejos de los cadáveres.
-¡Eh! Tío irritante, alto y siniestro. No soy tu Barbie –se zafó de su mano-. ¿Quieres tratar con cuidado la mercancía? Quien lo rompe, lo paga, y no es barato. Tengo tres perros que mantener, ¿sabes? Las tiras de bacon para perros son muy caras. Y Maisey se ha vuelto adicta a esas palomitas de microondas con mantequilla. Y no le valen de marca blanca.
Cadegan no tenía ni idea de lo que esa mujer estaba diciendo. Aunque entendía la mayoría de palabras que usaba, otras le dejaban tan perplejo como su repentina aparición en su reino. Y sus frases no tenían ningún sentido.
Por su ropa, sabía que formaba parte del mundo humano actual. ¿Pero por qué estaba aquí?
¿Cómo había llegado? Mientras algunos de los demás que llamaban hogar a ese infierno podían ir y venir, eran hechiceros, Adoni u otro morador inferior. Los humanos no tenían la libertad de adentrarse sin ayuda.
Y cuando enviaban a un humano a por él, podía oler el toque del demonio a mucha distancia.
Ella era diferente. Mientras tenía algo que le resultaba familiar, no tenía ninguna esencia de nada, excepto de humanidad.
Amabilidad.
Era lo que había atraído a esos tímalos y les había hecho atacar. La inocencia era uno de los productos más preciados y valiosos en ese infernal reino. Y era uno que nunca duraba mucho antes de que convirtieran a los inocentes.
O los mataran.
Cadegan se quedó helado al oír más tímalos y sidhe corriendo hacia ellos. Peor que eso, sonaba como si llevaran MMs con ellos.
Los Minions de la Muerte darían cualquier cosa por un bocado de su inmaculada carne humana. Y podrían devorarla solo para escucharla suplicando a gritas.
-Quieta.
La dejó para enfrentarse a esos seres oscuros y retorcidos que rezaban para que alguien fuera lo suficiente estúpido como para estar en el bosque Nachtmore a esa hora.
Dios, la habían detectado muchos, y parecían que aparecían más cada segundo. Esquivó una espada de un tímalo antes de que un MM se lanzara a por él.
La mujer avanzó, acercándose a la refriega.
Distraído, sintió como le mordía la criatura contra la que estaba luchando. Maldiciendo, le devolvió el golpe y lo mató en el instante en el que ella empezaba a correr de nuevo.
-¡Alto!
Ella se quedó quieta y subió los brazos.
-¡No dispares!
¿Por qué pensaría eso?
-No tengo ningún arco o ballesta, muchacha. Sería inútil contra ellos, de todas formas.
-Vale, de acuerdo –dijo volviéndose para mirarle.
Cadegan contuvo la respiración cuando por fin pudo ver sus pícaros rasgos. Alta y delgada, no tenía las curvas que él prefería en el cuerpo de una mujer. Pero su cara era la de un oscuro e inocente ángel. Su suave pelo negro y sus ojos oscuros le recordaron a su hogar. Pero, tuvo el repentino deseo de tocar esos largos tirabuzones para ver si eran tan suaves como parecían. Inhalar su dulce esencia.
Canolbwyntio! Esto tenía que ser algún tipo de trampa. Era todo lo que esperaba a los maldecidos en ese reino de locura. No era el mundo humano, ni Camelot, ni Avalon. Eso era Terre Derrière le Voile, el agujero negro entre esos mundos al que su hermano le había enviado durante toda la eternidad. Capaz de ver por siempre los reinos llenos de luz que nunca más podría alcanzar o visitar, sin importar cuánto poder poseyera.
Déjasela a ellos, entonces, y márchate.
Era lo más sensato. Pero claro, él se había vuelto loco hacía siglos.
Ahora…
Como aquellos que salían a atraparla, él también la quería para él. Durante un tiempo. Aunque solo fuera para apaciguar la soledad que tenía como única compañera-
¿Era mucho pedir un par de minutos de conversación?
Maldito sea el infierno de Lucifer.
Y maldito sea él también.
Antes de poder refrenarse, Cadegan le tendió la mano.
-Conmigo ven, muchacha, y te pondré a salvo.
Jo titubeó mientras intentaba darle sentido a sus cantarinas palabras.
-¿Quién eres?
-Cadegan.
Vaya, ese chico tenía un acento muy marcado. Y era uno muy raro. Un cruce peculiar que estaba entre irlandés o escocés, e inglés marcado. Aun así era algo que nunca había escuchado antes.
-¿Cah-qué?
Lo repitió despacio.
-CUH-doo-gun.
-Cadegan –dijo avergonzada, esperando no haberle insultado con su mala pronunciación. Si lo hizo, él no la corrigió-. El mío es fácil. Soy Jo.
-Jo. Tenemos que ir. He derrotado, pero no podemos permanecer aquí. Habrá más. Siempre hay.
Aquello era peor que intentar entender a su abuela Romanichal cuando tenía uno de sus días Anglo-románicos.  
-¿Estás intentado ayudarme?
-Sí.
-Vale, pero tengo un zapato, chaval, y no dudaré en usarlo.
Cadegan no tenía ni idea de lo que significaba esa, pero sonó vagamente como una amenaza. Si tuvieran más tiempo, se reiría con pensar que una mujer tan delgada pudiera hacerle algún daño. Cualquier mujer u hombre, de hecho. Pero no había tiempo. Tenían que alejarse antes de que algo la alejara de él.
Finalmente ella le tendió su delicada mano, y él maldijo el hecho de que llevara guanteletes que le impidieran sentir su suave piel.
Había pasado tanto tiempo sin que le tocara un humano que no podía recordar la sensación. No era como si lo hubiese experimentado mucho.
Aun así… todo el mundo anhelaba algún grado de contacto físico.
Incluso los malditos.
La empujó hacia el refugio que le había servido como hogar desde que Leucious le había encarcelado allí. No era mucho. En realidad, era como una conejera. Aunque estaba limpia y era útil. Lo mejor de todo era que podía cerrarse y sellarse para mantener a los demás fuera el tiempo suficiente para poder comer o dormir.
Con sus poderes, abrió la puerta de piedra y la dejo entrar en su casa en primer lugar.
-Perdona porque sea un rocal.
-¿Corral?
-¿Corral? –repitió él, sin entender su término más de lo que ella había entendido el suyo-. Pocilga –dijo intentándolo de nuevo.
Jo sonrió cuando finalmente entendió lo que quería decir.
-Es casi lo mismo.
-Ah.
Frunciendo el ceño, Jo se quedó mirando mientras él movía la mano y una enorme piedra rodaba hacia la abertura mientras ellos pasaban. En el momento que estuvo en su sitio, diez candelabros se encendieron solos a su alrededor, revelando el agujero de hobbit en el que vivía. El suelo debajo de sus pies estaba hecho de tablas de madera gruesas, y unos árboles más pequeños y retorcidos sujetaban el techo curvado que estaba encima de sus cabezas. También aguantaban un segundo piso, que era pequeño y elevado, donde había una modesta cama en una pequeña plataforma que parecía tener cajones y un lavabo. En términos generales, el sitio le recordaba a un pequeño apartamento. Probablemente tendría unos cincuenta metros cuadrados.
Había una chimenea a su izquierda, con un pequeño caldero y una cafetera. Dos potas más y una cacerola colgaban de los ganchos de la chimenea. Las paredes estaban descubiertas, excepto por una gran colección de espadas, lanzas y hachas. Y más escudos de los que había visto en toda su vida. Solo entonces se dio cuenta del color que había dentro. Al contrario del exterior en blanco y negro.
-¿Le gustaría un plantador, muchacha?
Se volvió para mirarle y después jadeó al darse cuenta de que era mucho más alto de lo que había supuesto. ¡Madre del amor hermoso! Debía medir más de un metro ochenta y tenía unos hombros anchos. Vestido en una toga parecida a la de un monje y una capa, con un cinturón, era gigantesco. Se quitó los guanteletes de malla y los enganchó al cinturón.
Al ver que ella no le respondía, se bajó la capucha para enseñar su cara al fin. Ella contuvo la respiración al ver unos ojos tan azules, como el mar Caribe, que electrizaban. Antinaturales. Llevaba el pelo rubio oscuro demasiado corto. Como un militar. Y aunque tenía los pelos de la barba un poco largos, como si no se hubiese afeitado durante semanas, no tenía una barba espesa ni parecían descuidados. Era un caos muy sexy que añadía una cualidad extremadamente dura a un rostro masculino perfecto.
-¿Me has oído, muchacha? ¿Te gustaría un plantador?
Si un plantador era un Cadegan caliente en su cama, por supuesto que sí. Apúntala y satúrale la bandeja de entrada. Soportaría eso y más.
-No estoy segura de lo que lo que me estás preguntando.
Una sonrisa burlona apareció lentamente en su hermosa cara, haciéndole aún más apetecible y exquisito.
-Comida. Agua. ¿Te gustaría un… aperitivo?
Ella se decepcionó y puso un puchero. No era la oferta que estaba buscando. Negó con la cabeza.
-Estoy bien. Gracias, de todas formas.
Él inclinó la cabeza antes de quitarse la capa con ademán y colgarla en una varilla en la pared. Al volverse hacia ella, titubeó. Su inesperada timidez era encantadora y le hacía parecer casi real.
-Bueno, Cade… Eres alto, sexy, vistes bien y vives en un agujero de hobbit. ¿Hay algo más que necesite saber sobre ti? ¿Hay una señora Hobbit-Gigante con la que compartes tu morada?
Él no respondió, mientras parecía estar teniendo dificultades al entenderla. En vez de eso, bajó la mirada hasta su mano. Un ansia que no pudo comprender le oscureció los ojos.
-¿Puedo? –preguntó con vacilación.
-¿El qué?
Acercándose a ella despacio, le cogió el brazo como si esperara que ella se evaporara. Con una ternura inimaginable, le tomó la mano y cerró los ojos como si estuviera saboreando la sensación. Se mordió el labio inferior con la expresión más atractiva que había visto en la cara de un hombre, y ahueco su mano entre las suyas. Con la respiración entrecortada, guio su mano hasta su mejilla y mantuvo sus nudillos en la piel como si fueran una reliquia sagrada. De hecho, temblaba mientras hablaba en ese melódico idioma que no había ni siquiera empezado a descifrar.
Una parte de ella estaba aterrorizada. ¿Estaba loco? Pero no la estaba amenazando. En lugar de eso, actuaba como si no hubiera estado cerca de otra persona en mucho tiempo.
-¿Estás bien?
Él inhaló su piel un segundo antes de soltarla y echarse hacia atrás.
-Lo siento, no pretendía asustarte.
-No pasa nada. He tenido citas más espeluznantes que esta. Es vergonzoso, también, y de hecho fueron mientras estaba despierta… y con testigos que conocía.
Él sonrío y fue al armario hecho a mano donde se sirvió un cáliz de vino. Justo cuando había empezado a beber, algo golpeó la piedra que había colocado como puerta.
Jadeando de miedo, Jo corrió hacia él.
Cadegan le tendió el caliz.
-Mantén los nervios, muchaha. Te prometo, no van a entrar aquí. Y nunca a través de mí.
Ella le dio las gracias y cogió el vino mientras lo que fuera que estuviese fuera hacía todo lo que podía para que Cadegan quedara como un mentiroso.
-¿Te puedo preguntar algo?
Él se sirvió otro cáliz.
-Sí.
-¿Qué idioma estás hablando?
-Inglés, pienso.
La forma en la que lo dijo lo hizo sonar más como An-GLES.
-¿No eres inglés?
La furia que relampagueó en sus ojos la hizo retroceder inmediatamente.
-Lo siento, Cade. No pretendía insultarte.
Un tic apareció en su mandíbula antes de que se terminara el contenido del cáliz de un trago y se sirviera otro.
-Soy Brythoniaid.
-Eso es absolutamente precioso. No tengo ni idea de dónde es o por qué mi cerebro está pagándolo conmigo, pero vale. He debido de mirar demasiadas entrada de Wikipedia –chocó su cáliz de vino contra el de Cadegan-. Por los Bri… lo que sea que acabes de decir.
Cadegan se rio por sus palabras, y luego se quedó paralizado mientras el sonido le conmocionaba. En verdad, no podía recordar la última vez que se había reído. Por nada. Era un sonido extraño de oír para él.
Ella era encantadora a niveles aterradores.
Y le hizo anhelar cosas que sabía que nunca podrían ser suyas.
-Quizá me conozcas como Cymry o… galés.
-¡Ah! Ahora ya lo sé. Eso explica mucho, de hecho… Una salsa genial.
Se acabó el vino y puso su cáliz en una pequeña mesa.
Siempre quise ir al Reino Unido. Debe ser la razón por la que mi cerebro está conjurando esto durante mi estado comatoso. Ahora que lo pienso, me recuerdas al tío que protagoniza Arrow… Sí, por fin veo la conexión.
Cadegan resopló antes sus tonterías.
-Si te parezco tan molesto, muchacha, como tú a mí, me disculpo profundamente.
-Creo que sí es la respuesta correcta. Pero está bien. Se supone que los comas no tienen sentido. ¿Verdad?
Él sonrió con un aire de superioridad a su pregunta.
-Siento ser el portador de malas nuevas, pero no estás durmiendo.
Jo se tensó.  No podía ser posible. Por favor, que me hayas mentido.
-¿Perdón?
Él señaló su cueva.
-Esto es tan real como los cuernos de Bran.
-No, no lo es.
Que fuera real no tenía más sentido que lo que le estaba diciendo.
Asintiendo, él puso su cáliz a un lado.
-No te creo. Demuéstralo.
Cadegan no tenía ni idea de cómo hacerlo sin dañarla, y por alguna razón eso era lo último que quería hacer. Preferiría disfrutar de su cháchara sin sentido, y le gustaba el hecho de que no le tuviera miedo.
-¿Y bien? –se mofó ella.
Una sonrisa malvada apareció en sus labios cuando se le ocurrió una forma de demostrarlo y no herirla. Antes de que pudiera reconsiderarlo o parar, él bajó los labios hasta los suyos y la besó con ganas. Pero no estaba preparado para la sensación de probarla tan íntimamente. Para las sensaciones que aquel beso encenderían dentro de él.
Respirando con dificultad, cerro la mano alrededor de su sedoso pelo y exploró su boca con un hambre y ansia olvidadas que resurgieron. Extremadamente cálido, le estrechó en un abrazo y lo mantuvo cerca, deseando un cuerpo que estaba segura que sería increíble sentir encima.
Si eso era un sueño, no se quería despertar. No si él no estaría allí con ella.
Cuando finalmente se retiró, él la miró con un amargo anhelo que hizo que su pecho se tensara.

-¿Me crees ahora, muchacha?



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