Por primera vez, Seraphina entendió como
debió haberse sentido Maxis cuando se vio apartado de su tribu después de su
emparejamiento. Lo solo que había estado, y lo extraños que parecían los
alrededores, costumbres y rostros. Como ella había nacido entre las Amazonas,
siempre había conocido sus tradiciones. Conocía su lenguaje y se sentía una
más. Sabía cómo luchaban e iban a la guerra.
Sí, se había convertido en una huérfana tras
el ataque a su aldea, pero no había sido la única superviviente aquella noche.
La tribu Amazona de su tía las había recibido con los brazos abiertos y con
gran compasión. Les habían dado una familia adoptiva a cada uno de ellas, que
les había tratado como si fueran hijos suyos.
Desde el momento en el que Maxis llegó a su
aldea, le habían recibido como un extranjero y no le permitieron nunca olvidar
el hecho de que no era uno de ellos, y que nunca le aceptarían por completo
entre ellos.
-No me digas que tienes miedo.
-No tengo miedo. Solo estoy inquieto.
Max estaba mirando la colección de capas y
escudos que las mujeres de la tribu tenían expuestas con orgullo como trofeos
de guerra en el exterior de las tiendas hechas de escamas bronceadas y
esqueletos de dragones que habían matado anteriormente.
-¿Qué castigo hay por matar a una Amazona en
combate? –preguntó él.
-Ninguno, mientras sea de forma justa y
abierta. El asesinato, por otro lado, se castiga de forma rápida y severa. No
te aconsejo que lo hagas. Sin importar cuanto te tienten.
Y cuando se acercaron a la gran tienda de
Nala, donde había una hilera de calaveras de dragón encima de postes hechos de
espinas de dragón, él frunió el ceño.
-Creo que conozco a este tío.
Ella se rió, hasta que se dio cuenta de que
no estaba bromeando.
-¿En serio?
-Sí, pero no pasa nada. Le debía dinero –contestó
guiñándole un ojo.
Su sentido del humor y su inteligencia
siempre le pillaban de improviso. Y era lo que siempre le había cautivado de su
pareja.
Maxis no era nunca lo que ella esperaba.
-¿Estás bien?
Tragó saliva mientras la pregunta de Samia la
alejaba de los recuerdos y la traía de vuelta al presente.
-Solo pensaba en el pasado.
Sam asintió con una sonrisa compasiva.
-Oí que acabas de despertar de una maldición
que os convirtió a todos en piedra. ¿Qué hicisteis?
-Luchamos por el bando equivocado de dioses,
y lo hicimos bastante bien.
Sam soltó aire con fuerza.
-Eso basta. ¿A quién cabreasteis?
-A Zeus.
-Ay.
Seraphina no dijo nada mientra bajaba la
mirada hasta el bajo de la camisa de Samia donde se podía ver una parte de la
marca del doble arco.
El símbolo de un Cazador Oscuro: Eran
guerreros inmortales que vendían sus almas a la diosa Artemisa para luchar en
su ejército y proteger a la humanidad de los Daimons, que acechaban a los
humanos en busca de sus almas para prolongar sus vidas. Como ellos cazaban a
sus primos que habían dado lugar a los Were-Hunters, normalmente su gente les
evitaba o les consideraban enemigos.
Era raro que Samia hubiera acabado emparejada
con un Were-Hunter… Aquella tendría que ser la unión más rara de todas.
-¿Aún sigues al servicio de Artemisa?
Sam negó con la cabeza.
-Acabo de recuperar mi alma –dijo señalando a
Dev con la barbilla, que estaba empujando a su hermano gemelo-. Ahora soy
propiedad de un adorable oso.
-¿Y eres feliz?
Una sonrisa pícara apareció en su cara.
-Él es un tipo de felicidad muy especial.
-¿Qué quieres decir?
-Le encanta irritarme y burlarse de mí hasta
el punto de querer matarlo, pero no querría que fuera de otra forma. Él lo es
todo para mí.
Sam caminó hasta Dev para darle un abrazo
desde atrás.
Una parte de Seraphina envidiaba que Sam
tuviera esa relación con su pareja. Ella nunca la había tenido con Maxis. En
parte se debía al hecho de que él era más alto y mucho más grande que ella,
incluso en forma humana.
Pero la mayor parte venía del hecho de que
era muy consciente de sus “otras” diferencias. Del hecho de que él destacaba de
forma radical de otros machos.
Incluso en este grupo.
Él, Illarion y Blaise. Aunque no eran los más
grandes en sus encarnaciones humanas, había algo en ellos más salvaje y
poderoso. Algo innato que advertía que eran más de lo que aparentaban. Exudaban
una confianza de predador silenciosa y letal que otras especies no tenían.
Un aire que decía que estaban en la cima de
la cadena alimenticia y que cualquiera podría acabar formando parte de su menú.
Si ellos querían, no había nada que
pudieran hacer para detenerlos.
También se movía con una gracia exquisita.
Con una fluidez en los músculos y tendones que era hermosa e inquietante; como
ver a un elegante gato montés acechando a su presa en la savana.
Maxis era la máquina de matar perfecta.
Era para lo que había nacido. Para lo que
había sido creado. Desde el principio de los tiempos, su especie había existido
con el único propósito de matar y reproducirse. Para guardar y proteger.
Para sobrevivir en solitario bajo las
condiciones ambientales más duras, frío o calor, e incluso hambre. Mientras
otras criaturas necesitaban la interacción social para estar cuerdos, los
dragones no.
Las hembras se dirigían por instinto
biológico a los machos dos veces al año para dar a luz y continuar con la
especie. A no ser que el macho captara la esencia de una mujer fértil, se
conformaban con permanecer célibes y aislados.
Solos durante siglos.
Mezclarse con los humanos había cambiado eso.
Los Arcadios, que poseían corazones humanos, formaron comunidades, tribus o
clanes de dragones, al igual que muchos Katagaria de corazones animales.
Pero Maxis había seguido en solitario incluso
después de su transición.
Hasta que la conoció y ella le traicionó.
Fuente: LiveBoklet
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