Extracto traducido de Shadow Fallen (Cazadores Oscuros #30)

sábado, diciembre 26, 2020

Después de mucho tiempo sin ninguna novedad de la saga, por fin traemos algo recién salido del horno:


un extracto del próximo libro de los Cazadores Oscuros, Shadow Fallen. Aún no sabemos la fecha exacta de publicación, pero al menos sabemos que el libro está casi terminado y que Sherri vuelve a la carga con las pilas cargadas.

Esta próxima entrega nos narra la historia de Valteri, un caballero de Guillermo el Conquistador, y Ariel, una Hellchaser víctima de un terrible hechizo, que tendrá lugar en la Inglaterra Medieval.

De nuevo os recuerdo que, por desgracia, no podremos disfrutar de las novelas de Sherrilyn publicadas en español. Tenéis toda la información en nuestra página web. 

¡Disfrutad del extracto de Shadow Fallen, Paladines!


Asqueado por seguir allí y tener que esperar a que el idiota de su hermano le relevara, Valteri vio como sus hombres entrenaban. El sonido del metal chocando retumbó en sus oídos, haciéndole dejar ese lugar y dando paso a la familiar llamada de la batalla y la guerra.
Lo que él conocía mejor.

Sangre. Más sangre. Entrañas de los enemigos a sus pies. Eso era el hogar.

No ese rancio país que tanto odiaba.

La guerra era su madre. Lo único que le había ayudado.

Pero, ¿podía marcharse?

No.

¡Maldito seas, Will!

Habían pasado meses y aún seguía allí atrapado. Si se marchaba sin permiso, Will haría que le dieran caza como a un perro. Y aunque era fuerte, no podría contra un ejército él solo.

Así que allí se quedaba.

Porque había sido tan estúpido como para pensar, solo por un segundo, que la familia importaba. Lo que debería haber recordado era que no hay destino peor para alguien como él que la domesticidad.
Nadie podía enjaular a un animal salvaje. La bestia dentro de él estaba salivando en busca de libertad. Rugía y aullaba más y más con cada atardecer, hasta el punto que temía volverse loco de rabia por controlar el único consuelo que conocía.

Aunque había guiado a los rebeldes Sajones, tal y como había prometido a su hermano, y los llevo a Londres, donde conocerían su final bajo el hacha del verdugo, William aún se negaba a indultarle.
Ahora deseaba haber sido él quien perdiera la cabeza.

En su lugar, Valteri estaba volviéndose loco. Poco a poco. Día a día. Especialmente desde que no había rebeldes a los que perseguir. Ningún cabeza de turco para su furia.

Los pocos que quedaban se ocultaron de su rabia y su espada, y durante las últimas semanas la paz reinaba en el valle de Ravenswood.

Malditos fueran.

Valteri odiaba la paz con cada fibra de su ser. Y lo que el tiempo libre traía: tiempo para pensar.
Para recordar la vida que le había envidiado con cada aliento que tomaba,

Como si vivir no fuera suficiente infierno. A diferencia del resto de hombres y mujeres, él no tenía un propósito en este mundo.

A parte de hacer sentir incómodo a todo aquel que lo conociera y hacer que sus corazones se llenaran de odio hacia él simplemente por existir.

Todos le miraban con desprecio o le insultaban. A excepción de en batalla, no eran bien recibido fuera donde fuera.

Sí, a un leproso le trataban de forma más humana. Al menos a ellos les compadecían.

Por el amor de Dios, Will, déjame marchar. Necesitaba encontrar otra guerra con la que mantenerse ocupado y no tener tiempo para pensar, pero William se negó rápidamente a liberarle de sus obligaciones.

Maldito bastardo.

-¿Milord?

Valteri se giró, dando la espalda a sus hombres, para ver a su escudero corriendo hacia él. El joven de pelo negro, que apenas le llegaba a la altura del hombro, hizo que varias sirvientas se rieran nerviosamente al verle pasar. Por suerte para él, y aun más para Wace, el chico no sabía que el sexo opuesto le considerara tan atractivo.

Aún.

Pobre de Wace cuando se diera cuenta de que le estaban observando con tanto interés.

Algunas muchachas no durarían en enredar al chico en sus artimañas. Entonces su vida sería un infierno aún mayor de lo que lo fue cuando Valteri le había encontrado.

Sin aliento, Wace llegó a su lado. El rubor de la juventud cubría sus mejillas, moteándolas de un suave rosa que hacía sus ojos azules aún más brillantes.

Valteri no recordaba haberse sentido nunca tan emocionado por nada.

Ni siquiera su primera batalla.

Por supuesto, hacía rezado todo el rato por recibir un golpe fatal que terminara con el miserable infierno al que llamaban vida. Por suerte para él, no sólo había sobrevivido a aquel calvario sino que había sido un héroe. Alabado por haber luchado con valentía mientras otros que querían vivir habían puesto pies en polvorosa tratando de salvar su mísero pellejo.

Qué ironía.

Con un suspiro, miro a su jadeante escudero.

-¿Se quema algo?

Agotado, su escudero se agachó y resopló. Respiró profundamente varias veces antes de responder.

-Los hombres que envió para explorar han vuelto. Encontraron a una mujer en el campo.

¿Y qué? Era Inglaterra. Una pastora con su rebaño era algo tan común como el cielo gris sobre sus cabezas. Cualquiera que pasara por un campo en cualquier parte de esa miserable isla vería una docena de esas criaturas. Lo que no se imaginaba era por qué aquello haría que su escudero viniera corriendo y jadeando a contárselo.

Confundido, Valteri frunció el ceño.

-Y una sirvienta hace que corras...

-No, milord. No es una sirvienta, ¡sino una dama!

Eso era otra cosa. No podría imaginar a una dama manchándose sus bonitos zapatos con mierda de vaca.

-¿De dónde es?

-No lo saben, milord. Por eso me han enviado a buscarle.

¿Qué locura era esta?

¿Por qué molestarle por una mujer? Aunque fuera noble.

Resopló exasperado.

Sus hombres se estaban volviendo más incompetentes con cada día que pasa.

Tenía razón. La paz le roba la sensatez a un guerrero.

Irritado por la interrupción, Valteri rechinó los dientes y miró a su escudero, que nunca le tenía miedo por alguna razón que rozaba la locura.

Imbeciles. Todos. ¿Acaso no podían hacerse cargo de una simple mujer perdida sin su supervisión? ¿Tanto miedo le tenían?

Con un ligero rugido se dirigió hacia el recibidor, con Wace siguiéndole como un cachorrillo leal.
Mientras andaba, no pudo evitar preguntarse cómo su hermano había logrado conquistar Inglaterra con los idiotas que luchaban en su ejército. Llevar a una simple doncella a casa, con su familia, sin molestarle.

¿De verdad era mucho pedir?

Después de todo, tratar con el sexo opuesto no era algo con lo que el tuviera mucha experiencia, ni paciencia. Lo último que quería era oír sus gritos cuando le viera, igual que una monja mirando al diablo.

Maldecía el día de su nacimiento tanto como lo hacían los demás.

Las miradas de los sirvientes cuando pasaba por el recibidor eran suficiente. Al menos no le miraban directamente por miedo a ser castigados por ello, ya que eran sirvientes y él su señor de "noble" cuna.

Como si él les hubiera hecho algo parecido a ellos o a cualquier otro. Aún así temían las represalias ahora que había crecido y podía devolverles lo que le habían hecho cuando era un niño indefenso.

Lo que significaba que ahora se guardaban los indultos y se escondían como cucarachas al verle. Y esperaban a que se hubiera alejado para mirarse entre ellos y susurrar rumores sobre sus diabólicos orígenes.

Las mujeres nobles nunca fueron tan amables.

No, ellas le insultaban a la cara.

No había conocido a ninguna a la que no hubiera querido matar. Y estaba seguro de que esta no sería diferente.

Furioso, Valteri abrió de un empujón la gran puerta de madera del recibidor y se encontró con el nauseabundo olor de pan recién hecho. Hizo una mueca de desagrado y sintió una punzada en el estómago al olerlo. Como odiaba las mansiones, los castillos y todo lo que contenían. Había pasado demasiados años de su vida en lugares como esos, escuchando los ecos de estúpidos rumores que resonaban en las blanquecinas paredes.

¡Quería salir de ese maldito sitio! Era un guerrero, no un señor. Y no importaba lo que pensara William, jamás lo domarían.

Los hombres que se habían reunido en el centro del recibidor se encogieron de miedo al ver que Valteri se acercaba a ellos.

Entonces vio a la mujer, tumbada.

Su furia desapareció instantáneamente.

Por primera vez en años, Valteri dudó. Una capa roja oscura abrazaba el voluptuoso cuerpo de la mujer, que bañaba el suelo como un charco de sangre mientras la luz del sol se reflejaba en sus rasgos. Su pelo rubio cubría parte de su abrigo, y su palidez contrastaba con la riqueza del vestido. Nunca antes había visto semejante vestimenta, ni un pelo con un color como el suyo. Eran tan vibrantes que parecían tener vida propia.

Una cruz dorada brillaba en su garganta, palpitando con cada latido de su corazón y centelleando con la escasa luz del sol que aún iluminaba la habitación.

Con las manos sudadas, Valteri se preguntó por qué su corazón latía tan rápido. Ya habían pasado sus días de inexperta juventud, pero así era como se sentía cuando la miraba. Había algo en ella que parecía etéreo. Intocable. Como si fuera la primera vez que estuviera solo con una mujer.

Estaba tan nervioso como lo había estado con el primer beso, por el cual había pagado. Y eso le enfureció.

¿Cómo puedo ser tan estúpido?

Vale que habían pasado cinco años o más desde que había visto a una mujer noble, pero... No debería estar tan nervioso.

Es solo que no estas acostumbrado a ver una mujer que no esté cubierta de mierda de cerdo y vestida con harapos. 

Sí, debía ser eso.

Queriendo demostrarlo, se acercó y girso su cara hacia él.

Contemplar sus rasgos fue como un mazazo. Era preciosa. Perfecta. Y conocía cada línea de esas mejillas y su piel de porcelana.

Era la mujer que le acechaba en sus sueños.

Dio un paso atrás, sin aliento. Por una vez, sintió la necesidad de santiguarse, y eso que él no creía en esas estupideces.

¿Cómo puede ser?

Valteri empezó a sudar. ¿La habría invocado? ¿Era algún truco de la luz?

Un suspiro se escapó de los labios de la mujer, mientras que su pecho se elevaba con una profunda respiración. Los hombres se echaron hacia atrás al unísono, algunos se santiguaron como si la temieran tanto como le temían a él.

Eso puso fin a la niebla que cubría su mente.

¡Idiotas supersticiosos!

Valteri resopló ante tal ridículo, retomando el control sobre sí mismo a pesar del shock inicial. Era una mujer.

Así de siemple.

Ni más, ni menos. No sabía cómo se habría infiltrado en sus sueños, pero se negaba a creer ni siquiera por un momento que ella tuviera más poderes sobrenaturales que él.

Tantos años de gente santiguándose cada vez que le veían le habían hecho escéptico a la existencia de demonios, brujas, elfos y demás sin sentidos.

No creía en nada más que su espada.

Si había un Dios, Él le había abandonado hace mucho. Así que Valteri había decidido devolverle el favor.

La mujer abrió sus largas pestañas, mostrando un par de preciosos y profundos ojos azules. Si, la muchacha era lo más bonito que había visto, y se podría imaginar lo enfadado que estaría su señor por su pérdida. Sin duda la estaría buscando por todas partes sin descanso.

Se sentó y frunció el ceño, frotándose la frente como si le doliera el cráneo.

-¿Dónde estoy?

Su cuerpo se alteró por el sonido de su voz, hablando un Frances Normando impecable. Valteri la miró fijamente. ¿Cómo habría llegado una dama Normanda a las islas Sajonas?

Y sin duda era una dama. Su ropa y sus modales la separaban de cualquier sirviento o mercader.

-Está en Ravenswood Hall, milady.

Valteri esperó a que le mirara y se encongiera de terror. Era lo que todo el mundo hacía cuando veían sus inusuales ojos.

Algunos retrocedían horrorizados. Otros levantaban las manos en un intento de protegerse, como si tuvieran miedo de que su mirada les marcara para el diablo o les hiciera arder.

Otros le escupían. Le insultaban a él y a sus padres. La verdad es que no podría clasificar todo el abuso que había recibido en su vida por un accidente de nacimiento.

Pero, en su lugar, ella  se giró hacia él y le miro sin encogerse.

-¿Conozco este lugar?

Ahora fue él quien frunció el ceño.

-¿No sabe quién es?

-Sí, soy Ariel.

-¿Entonces por qué pregunta...?

-Pero no puedo recordar nada más -Para sorpresa de Valteri, el terror de sus ojos no era debido a él, sino a una confusión interna que la hizo mirar al suelo-. Había una sombra... -alzó la vista con una mirada triste y vulnerable, y la necesidad de protegerla se abrió paso a través de todas las duras paredes que había erigido alrededor de su corazón-. Una sombra apestosa...

Agitado por aquella inesperada sensación, Valteri dio otro paso atrás.

¿Lo peor de todo? Había querido tocarla.

De ahí no podría haber salido nada bueno. A una mujer como esa la estaría buscando un señor, sin duda. Le pertenecía a su marido, era su posesión más preciada.

Dada la maldición que había llevado sobre él desde el día de su nacimiento, era mejor que no le pusiera la mano encima. No había forma de saber lo que le haría su señor ante tal osada afrenta.

No, tenía que encontrar a su marido y sacarla de allí, con la mayor prontitud.

-¿Es ésta mi casa? ¿Eres mi marido? -le susurró ella.

Aquella inesperada pregunta le atravesó como una lanza. Por un momento, Valteri deseó haber contestado que sí.

Y vaya si era extraño. Nunca en su vida había querido ningún tipo de vínculo. No podría imaginar por qué querría uno ahora.

-No, mi señora. La encontramos en un campo.

Sus ojos se ensombrecieron por la tristeza y la confusión. Valteri se preguntó qué recuerdos la atormentaban.

Aunque no le importaba. Ella no era asunto suyo y se aseguraría de que siguiera siendo así.

Valteri se giró, llamando a una de las sirvientas que les miraba desde las sombras.

-Lleva a la dama a mi habitación y atiéndela en lo que necesite -dijo en inglés para que ella pudiera entenderle.

La arpía asintió y ayudó a Ariel a levantarse.

Ariel miró a la mujer. Siseó como un gato y se alejó de ella.

Valteri no tuvo tiempo de reaccionar antes de que ella se le acercara y le agarrara de la cintura. Sin poder hacer nada, ella cogió la espada de su cinto y dio un paso atrás.

Y lo que era aún más sorprendente: fue tras la anciana.

Nadie se había atrevido a tocarle, ni siquiera cuando era niña. Eso ya le había sobresaltado. Pero lo que le había anonadado fue la habilidad que ella había mostrado al acercarse a la vieja arpía con intención de matarla.

Apenas tuvo tiempo de desarmarla antes de que partiera a la anciana por la mitad.

-¿Qué le ocurre, milady?

Ella intentó quitarle la espada de la mano.

-¡Quiere hacerme daño!

Todo el cuerpo de la mujer empezó a temblar de rabia. Aquello era puro pánico. Ella creía lo que había dicho.

Para su sorpresa, se agarró a su brazo mientras él intentaba alejar su espada de ella.

-Por favor, debe escucharme. ¡Ella está muerta!

Ninguna mujer le había tocado así, y Valteri lo encontró sumamente irritante.

-¿Por qué le teme?

Él miro a la arpía , que parecía tan perpleja como el.

Aun así...

No debería juzgar tan rápido. No después de todo lo que había visto y experimentado en su vida. Sabía demasiado bien que la gente tenía una doble naturaleza. Podía ser amables con aquellos que tenían cerca, y después azotar sin piedad a niños inocentes.

Niños como él.

O muchachos de buen corazón como Wace, que nunca había hecho nada salvo intentar complacerle.

O mujeres como la que tenía delante.

Sin razón alguna.

La gente podía ser violenta.

Volverse loca.

Hubo un tiempo en el que él había sido un niño inocente que sólo quería el amor de una madre. Un niño que sólo había querido paz.

Todo lo que había recibido fue dolor y repulsión. Hasta que aprendió a golpear primero y protegerse de la crueldad de los demás.

No, no juzgaría a esa mujer. No hasta saber los hechos.

-Puede que no recuerde, ¡pero a ella sí! ¡Me quiere muerta!

La arpía parecía estar tan calmada e inocente que le puso la piel de gallina. ¿Cómo podría estar así tras el ataque que casi sufre?

Eso le decía mucho, pues había visto monstruos como ella en el pasado. Aquellos que acechaba a otros y luego se hacían las víctimas.

-No, señor, le suplico piedad. Nunca le haría daño a su señoría -la anciana habló en inglés, demostrando que sabía el suficiente francés como para entender lo que había dicho, pero no para contestar.

Ariel se puso rígida.

-¡Mi mente no se equivoca! No sé por qué me siento así, pero sé que ella quiere hacerme daño. ¡Lo sé!

-Nunca le haría daño a un ángel tan hermoso.

Ariel frunció el ceño.

-Ángel... -susurró. Alzó la vista hacia Valteri y la agonía de sus ojos le hizo mella-. Hay algo... -su voz y sus ojos se apagaron, como si estuviera volviendo al pasado.

-Está bien -Valteri volvió a envainar su espada-. He visto a muchos hombres caer en batalla tras recibir un golpe en la cabeza. Algunas veces pierden el sentido por un breve periodo de tiempo, pero siempre vuelve.

Seguramente la dama había estado montando a caballo y se caería. O quizá alguien la había perseguido. Eso explicaría por qué no tenía escolta ni montura.

Cuando se cayó debió golpearse la cabeza y perder el sentido.

Valeri miró a la anciana con expresión seria.

-Quiero te alejes de la dama hasta que recupere la memoria.

La arpía asintió.

Valterí se giro hacia Ariel y le tendió la mano.

-Venga, milady, le enseñaré su habitación.
 

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